lunes, septiembre 09, 2024

Isabel Coixet

 La última cena de Isabel Coixet: champán, buena luz y poca gente

A la cineasta le gusta comer bien, sin platos principales. La directora y guionista elige para la cita postrera una plaza secreta de París y ocho amigos. De fondo, Depeche Mode.

The Beatles marcaron para siempre un hito en el imaginario de la senectud cuando publicaron When I’m Sixty-four, canción vodevilesca en la que un amante le asegura a su amada que, al llegar a los 64 viejo y calvo, aún conservará algo de utilidad, podrá cuidar el jardín, incluso arreglar los fusibles. Ella podrá hacer punto de cruz en la chimenea. En el coro el amante se pregunta si a esa edad su amada aún le necesitará y le dará de comer. La canción es alegre, pero deprime: es el retrato de una vida que se desvanece.

Siempre que averiguo que alguien tiene exactamente 64, esta canción salta en mi cabeza, y no puedo evitar medir el grado de parecido de la persona con el cuadro que pinta la letra de McCartney. Pero cuando en algún momento de nuestra sobremesa Isabel Coixet mencionó que había cumplido 64, el mecanismo que pinchaba esa canción reventó para siempre. Esta directora de cine barcelonesa necesitaría siete vidas más para poder abordar todo lo que aún quiere hacer, está inmersa en series, películas, radio, collages, columnas, tan pronto está en París como en Barcelona, o en su casa de Perpiñán, y en fin, no parece que jamás pueda mirarse en el espejo de esa canción.

La citamos para comer en el restaurante Arzábal de la calle de Menéndez Pelayo de Madrid, y lo primero que hizo antes de abrir la carta es preguntar si esa comida la pagaba la revista o nosotros, una consideración que hasta ahora no ha tenido nadie.

Cuando supo que invitábamos, se apropió de la carta de vinos y dijo que el champán, bebida de la que algo sabe, corría de su cuenta. No dejó que se instalara el miserable espíritu del racionamiento cuando vimos la primera botella medio vacía y pidió otra con más soltura que un bilbaíno.

Mientras come unas piparras, preguntamos a Isabel sobre el menú y los invitados de su última cena. Ella suspira con agobio: “Es que si viene gente hay que empezar a pensar, el que es celiaco, el intolerante a la lactosa, la tipa de 80 años que lleva toda la vida a régimen y te dice: ‘Uy, tengo unas lorzas…’. Entonces claro…, nos vamos quedando sin gente”.

Antes de meterse en el lío de invitar prefiere ocuparse de la puesta en escena, no quiere que la tristeza se apodere de la ocasión. “La última cena no puede ser en un lugar con luz fría… La luz, el gran tema es la luz”. Dice que iría cambiando la iluminación de todos los sitios a donde va, y recuerda cómo hace unos días, tras cenar en una brasserie recién reformada, acabó solicitando que se presentara el dueño. El maître le preguntó preocupado si es que algo estaba malo, ella le dijo que la cena estaba rica, pero ese led que habían puesto daba una luz que la estropeaba. “La gente no suele recibir mis consejos de iluminación”, se lamenta, pero en su última cena la luz estaría controlada porque lo haría ella. Sería una luz cálida y con contraste, “pero tampoco nos vayamos al rollo Caravaggio”. Nota aquí.



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