martes, octubre 15, 2024

La Biela

 Cafetines de Buenos Aires: la disparatada leyenda que sostiene que La Biela pudo haber desaparecido de Recoleta

Es uno de los lugares más tradicionales de Buenos Aires. Fue sitio de reunión de corredores de autos y durante décadas cada famoso que pisó la Ciudad pasó por allí. En principio ocupaba solo la esquina y luego creció hasta su configuración actual.

El año de apertura de La Biela es uno de sus más bellos misterios. La flojedad de papeles del café ubicado en la esquina de Quintana y Roberto M. Ortiz tiene una explicación. Cualquiera haya sido la fecha de inauguración, esta ocurrió en la primera mitad del siglo XIX cuando la Recoleta era un descampado periférico y solitario. Buceadores de la historia barrial sostienen que abrió en 1820 en terrenos que habían pertenecido a la Virreina Vieja, viuda de Joaquín Del Pino. Y ha de ser posible. En 1822 se inauguró el cementerio. El primero público en la ciudad. Tiene sentido que, justo enfrente, algún emprendedor decidiera establecer una pulpería.

Sí hay constancias de su funcionamiento hacia fines del período rosista. Como también que hacia 1880 un vasco de apellido Michelena se hizo cargo del local para crear —hay quien afirma— la mejor pulpería de Buenos Aires. Por lo tanto, sin precisión de fechas, puede concluirse que en esta esquina de la Recoleta funciona —con cambios, pero sin abandonar el rubro gastronómico— uno de los boliches más antiguos de toda la ciudad. Es, incluso, anterior al Gran Café Tortoni.

Luego de conocerse como la “Pulpería del Vasco Michelena”, su nuevo dueño —en este caso de origen gallego— la llamó La Viridita porque así le decía a la angosta vereda con mesas para dieciocho parroquianos en la calle. Y más tarde, fue renombrada como Aerobar por la presencia de pilotos de la Aeronáutica cuyas oficinas quedaban frente al local.

La anécdota que le otorgó su definitiva denominación ocurrió en 1950. Una barra de corredores de carreras tenía la costumbre de realizar picadas por la zona. Una vez, un auto se descompuso y detuvo su andar en la esquina de Quintana y Ortiz. Beto Mieres, su piloto, se bajó, tomó la pieza que había fallado, entró al café, encaró al dueño y le dijo: “Gallego, esto es una biela fundida”. A partir de entonces Mieres y sus colegas: Froilán González, Juan Manuel Fangio, Charlie Menditeguy, Ernesto Tornquist, Eduardo Copello y Rolo Alzaga, entre otros, adoptaron la esquina. Hago una aclaración: he leído que algunos fechan esta historia como ocurrida en 1942. Otro misterio. La costumbre entre tuercas se extendió a los pilotos de Fórmula Uno que se alojaron en el Hotel Alvear durante los años en que la máxima categoría del automovilismo se corrió en el Autódromo Municipal Oscar y Juan Gálvez. Nota aquí.






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