jueves, noviembre 07, 2024

El Obrero

 En La Boca, los 70 años del bodegón más querido de Buenos Aires: elogiado por chefs como Mallmann y estrellas como De Niro

El Obrero fue fundado en 1954 por inmigrantes asturianos.

Lo lleva adelante la tercera generación de la misma familia.

Algunos clásicos: la tortilla de papas y la milanesa a la napolitana.

En medio de la oscuridad de la calle Agustín Caffarena, en el barrio de La Boca, una luz tenue anuncia esperanza y autenticidad: es El Obrero, un bodegón que hace 70 años ofrece una experiencia gastronómica porteña sin pretensiones. Entrar allí es como sumergirse en la escenografía de una película, donde cada rincón revela el alma de Buenos Aires en su versión más auténtica.

Tres generaciones han trabajado incansablemente para mantener vivo este rincón, alejado de los modernos polos gastronómicos, pero famoso por su tradición. Desde los 18 años, Jorge ha estado al frente de las brasas, y hoy, a sus 82, sigue manejando la parrilla con la misma pasión que siempre, custodiando los sabores que han convertido a El Obrero en leyenda.

La verdadera escena la sostienen sus platos clásicos, que a lo largo de los años siguen atrapando a locales y turistas: la tortilla de papas, la milanesa a la napolitana, el bife de chorizo y el flan, platos que mantienen viva su esencia. Este bodegón, que ha conquistado a famosos de todo el mundo y a chefs como Francis Mallmann, continúa siendo una parada obligada para quienes buscan conocer la Buenos Aires más auténtica.

La historia de El Obrero

En 1950, Marcelino y Francisco Castro, dos jóvenes asturianos de 18 y 21 años, llegaron a Buenos Aires con grandes sueños y pocos ahorros. Cuatro años después, en 1954, lograron comprar un local en La Boca, que en ese entonces era un humilde despacho de bebidas. Allí, en las pausas del trabajo, los obreros se reunían a jugar cartas y a compartir charlas, sin imaginar que ese espacio se convertiría en el mítico bodegón de El Obrero.

El nombre se debe a sus primeros comensales: los obreros del puerto, fábricas y frigoríficos, que llenaban el local de madrugada y al mediodía. "En esa época se llenaba el local por la mañana con café con leche y medialunas. Al mediodía mi papá servía sopas y guisos de ternera, platos bien calóricos", recuerda Silvia Castro, hija de Marcelino. Ella también evoca a su padre con un gran canasto lleno de verduras, que traía todos los días del mercado.

En aquellos días, Argentina era otra: los obreros podían sentarse a disfrutar un buen plato, y el trabajo fuerte del bodegón era al mediodía. Sin embargo, décadas más tarde, el cierre de las industrias cambió el ritmo del lugar, transformando las noches en su horario más concurrido. La tradición del bodegón, no obstante, continuó intacta, y el salón permanece igual, con su decoración de banderines, bufandas, camisetas y fotos de visitantes célebres. Nota aquí.






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