Una historia de amor
Fue hace ya muchos años. Paseábamos
por un Madrid de agostos y altos cielos.
En la tarde serena, allá, a lo lejos,
incendiaba un crepúsculo de sangre.
La ciudad era nuestra. Nos paramos.
Y desde el Viaducto, sin palabras,
contemplamos el mundo que moría
en un largo horizonte anaranjado.
La vida era un rumor de pájaros y ruido
de fríos automóviles y asfalto.
De pronto me dijiste que las cosas,
aquel amor de vinos y de noches,
de habitación de hotel y madrugadas,
de pronto, te pesaba, como pesa
la pasión ya vencida en la rutina.
Dijiste, sin mirarme, que tenías
los miedos que se tienen cuando el tiempo
acaba en el hastío, y el cansancio
de cuerpos y palabras va rompiendo,
inevitable, el reloj y el calendario.
Yo fumaba en silencio. Ni siquiera
te miraba. Después tú y yo nos fuimos
al mismo hotel de siempre y nos amamos,
aburridos y tristes. Como siempre.
(El amor es casi siempre la rutina,
el cansancio de un cuerpo contra el otro).
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