Cafetines de Buenos Aires: un refugio con aires venezolanos para atraer a raros lectores analógicos
En la esquina de César Díaz y El Método, hay un café literario que levantó una mujer que llegó a la Argentina en busca de futuro. Y armó un bar donde se puede acceder a libros que trajo de su país y otros que se fueron sumando.
Los cafés y bares de Buenos Aires están atravesados por historias de inmigrantes. La segunda mitad del siglo XX se nutrió de gallegos y asturianos que dejaron una huella que, en algunos casos, perdura hasta la actualidad. Hoy traigo en esta nota una semblanza que describe los nuevos tiempos. Es la descripción de otra diáspora. Este relato es sobre el café literario Ifigenia. Y del exilio de su dueña venezolana, Isabela Nouel. Pero también habla de nosotros.
Ifigenia está ubicado en la esquina de César Díaz y el pasaje El Método, Villa General Mitre. Se presenta como café literario, actividad comercial casi extinta en Buenos Aires. No es una librería con café, tampoco un café con biblioteca que los hay en cantidad. Como reza su bajada conceptual “en este rincón se lee”, o sea, es un café para ir a leer.
Ifigenia abrió en 2022. Antes, en su lugar, funcionó un pequeño almacén y luego un showroom de muebles para bebés. La esquina estuvo cerrada durante ocho años por temas sucesorios, es por eso que el vecindario se alborotó cuando empezó a ver movimiento dentro del local. La propuesta los desconcertó. Hasta que de a poco fueron conociendo la historia de vida de Isabela y juntos ensamblaron una nueva familia.
¿Y qué distingue a esta crónica de una inmigrante al frente de un cafetín de tantas otras? En principio, el país de origen: Venezuela. Luego, la anécdota es reciente. Por último, se explica a partir de nuestras propias características como sociedad y país.
La primera vez que Isabela Nouel vino a la Argentina fue en 2014. Lectora empedernida, quiso conocer ese país que imaginaba a través de los textos de Julio Cortázar o las tiras de la Mafalda de Quino. Estuvo dos semanas instalada en Caballito, en la casa de unos primos. El viaje —de placer, en Venezuela había quedado su hijo Nicolás al cuidado de las abuelas— coincidió con el Mundial de Fútbol que se disputó en Brasil. Cuando se jugó la semifinal contra Países Bajos, Isabela acompañó a sus primos hasta la Plaza San Martín donde se transmitían los partidos en pantalla gigante. Con los penales que dieron el pase a la final se desató una fiesta popular sin distinción de clase ni origen. “Esto es pasión, yo quiero vivir así”, pensó. Nota aquí.
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