Pasa la vida en Galileo Galilei
Aquellos días todo sucedía veloz. Quien más quien menos lucía ya algún zurcido en el traje, un disparo en el zapato o la niebla de una pena en la mirada, pero conservábamos el valor que da la inconsciencia y la alegría de creernos a salvo de todo. La desgracia siempre era ajena y las madrugadas nuestras. No habíamos sido todavía heridos por certezas: ignorábamos que los amigos fallan, que el amor puede resistir más cuando está roto y que mañana quizás sea tarde para abrazar a tus padres. Aquellos fueron los días en que Quique González publicó Salitre48 y una noche fuimos a su encuentro a Galileo. Sería el primero de bastantes conciertos allí. Aún no existían las canciones que nos hablarían de pájaros mojados, de aviones en tierra, de kamikazes enamorados, de desperfectos, de avería y de redención, pero eso es justo lo que fuimos a buscar, aunque no lo sabíamos. Habíamos partido de viaje hacia lo incierto y aquel tipo tímido que se apoyaba en la seguridad de Carlos Raya nos prestó sus mapas. Todo lo que había en ellos se limitaba a miles de trayectos señalizados entre canciones que todavía estaban por escribir. Crónica aquí.
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