La isla de Moria, un depósito de almas sin esperanzas.
Es la cara más dura y fea de la Europa que cerró la puerta a quienes huían de la guerra y la violencia. Una prisión a cielo abierto, con un doble vallado de rejas y alambres, donde miles de refugiados se apiñan en busca de no ser enviados de nuevo a Turquía.
Laure es camerunesa. Tiene 32 años, huyó de su país, atravesó media África, voló a Turquía. Allí no aguantó, dicen poca gente fue amable con ella, cuando la intentaron violar huyó en un gomón a Grecia. Hace dos semanas que presentó su solicitud de asilo.
“No sé nada, no tengo ninguna información, no me han llamado”. Está sola, una amiga decidió quedarse en Congo y ella siguió. Duerme en la isla de Moria, en un barracón prefabricado con otras mujeres que viajan solas. Dice Laure que comen poco y mal, “el mismo bocadillo tres veces al día” y que tienen médicos gracias al trabajo de Médicos sin Fronteras y Médicos del Mundo. Nota aquí.
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