domingo, enero 05, 2025

Gran Café Gardel

 Cafetines de Buenos Aires: la noche inolvidable de 1978 en la que adolescentes del conurbano terminaron en las mesas del Gardel

En la esquina de Entre Ríos e Independencia, donde funcionó el Mercado de San Cristóbal, está el bar que lleva el nombre del símbolo indiscutido del tango. El lugar es el punto de contacto de cuatro barrios porteños.

Llevo dos décadas viviendo en la ciudad. Un tercio de mi existencia. Los otros dos se repartieron en diferentes domicilios entre Banfield y Adrogué. Sin embargo, me siento de Buenos Aires desde siempre. Los años en el Conurbano Sur son tan lejanos como ajenos. Como si le hubiesen ocurrido a otra persona. Durante otra vida.

Mis innumerables ingresos a la Capital comienzan su conteo desde muy niño. Novelescos viajes en el tren Roca con mi madre. Luego las salidas fueron con compañeros de colegio a los cines de Lavalle. Y, aún de mocoso, programas nocturnos a recitales de rock al cuidado de mis hermanos mayores.

Hubo una vez que la registro como la fundacional. Me refiero a que la experiencia la compartí siendo adulto —o casi— entre pares etarios. Ocurrió luego de la Cena de Egresados de bachilleres. La comida de gala sucedió en Banfield, en la propia sede del colegio. Cumplidos con la cena, baile y despedidas de rigor, nos organizamos con mis compañeros para seguirla en otro lado. Esa noche debía finalizar después del amanecer. Yo tenía diecisiete años. Terminé la secundaria con esa edad. Pero por esas cosas de los distintos semestres algunos ya eran mayores de edad y tenían otorgado su registro para conducir. El destino elegido fue la Capital. Ningún boliche de Banfield nos garantizaba una estancia ilimitada.

Es notable como después de compartir doce años juntos, desde primer grado hasta quinto año, con todo lo que ese tiempo representa para cualquiera, sea esta salida la que se me haya grabado a fuego. ¿Acaso fueron los hechos ocurridos en la Caravana al Centro? No. Justamente, recuerdo muy poco de la farra. Quiero decir, no sé a qué auto me subí. Mucho menos quién era el conductor. Ni qué pasó durante esas largas horas, cómo volvimos o cuándo. El único dato que quedó en mi memoria fue el lugar dónde terminamos. Esa interminable jornada de 1978 la cerramos en el Gran Café Gardel, en la esquina en la que se cruzan las avenidas Entre Ríos e Independencia. Nota aquí.







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