miércoles, diciembre 11, 2019

Elvira Sastre

La vida en una única escena

Pienso en ellos, en los que entran y en los que salen, en los que les escuchan y en los que ya no hablan, y me entran unas ganas infinitas de abrazar a mis abuelos


La primera vez que lo vi fue dando un rodeo al parque con los perros. Acababa de mudarme al barrio y llegué de casualidad a la parte de atrás del edificio. Eran las siete o las ocho de una tarde de invierno, por lo que la oscuridad era casi absoluta. Entonces vi una luz que salía de un ventanal casi a mi altura y me asomé. Muy a lo lejos observé un grupo pequeño de personas, pero tuve que agudizar la mirada para darme cuenta de lo que hacían.

Los perros, tranquilos, me esperaban. Entonces lo vi: eran ancianos, algunos más sombra que cuerpo, repartidos en varias mesas redondas, cenando lo que imaginé que sería un plato de algo, quizá una sopa caliente. Parecían los últimos. La luz la aportaban dos mujeres vestidas de blanco que les asistían. La escena, vista desde mi posición, lejana pero curiosa, bien podría interpretarse como una ventana al futuro. Nunca había visto una residencia casi desde dentro y confieso que la imagen era algo desoladora. Volví cabizbaja a casa pensando en cómo debe ser sentir que es el final. Nota aquí.


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