Nos lo advirtió Vallejo
Los heraldos del odio, esa horrible blasfemia,
esos heraldos negros que nos traen la tormenta,
que revientan la noche y nos hieren tan fuerte
como el odio de Dios, nos avisó Vallejo.
Están entre nosotros, cabalgan en un viento
de terror y de muerte, el rostro contraído
por una rabia fría, como un golpe de muerte
en la mitad del pecho, en la mitad del alma,
lo mismo que un cuchillo que desgarra la carne.
Se mueven como el aire, asaltan los diarios,
ensucian nuestras casas con las televisiones
que acogen sus mentiras, complacientes y amables.
Y bailan una danza macabra como un vómito.
Quieren arrastrarnos a la guerra más cruenta.
Estos heraldos negros que envenenan los mares
que destruyen la tierra y la dejan baldía,
mientras abren las puertas de un infierno de sangre.
Nos persiguen y roban la risa de los niños,
la ilusión de los hombres, y traen todos los miedos
de las noches más negras, el terror del invierno,
son el vino más agrio de una resaca infame.
Son los heraldos negros y sus golpes de odio.
Nos lo advirtió Vallejo: son los potros de Atila,
los bárbaros terribles, jinetes del espanto
que emponzoñan el agua y que incendian el trigo.
Nosotros les abrimos nuestra casa. Y entraron.
Arrasaron con todo, con la lumbre y el canto,
con la paz de las tardes y el calor del abrazo.
Borraron la palabra que pronuncia tu nombre.
(Y los hombres ahora lloramos por el hombre)
0 comentarios:
Publicar un comentario