miércoles, julio 06, 2022

Ana Montojo

 UNA MUJER LLORA EN UN AVIÓN

La inhóspita frialdad de un aeropuerto,
da lo mismo que sea Nueva York
u otra ciudad cualquiera. Un aeropuerto al fin.
Una mujer se sienta, se levanta,
daría cualquier cosa por fumar.
Consulta a cada rato en los paneles,
la hora de despegue y el número de puerta,
rebusca la tarjeta, el pasaporte,
por si una mano negra
los hubiera extraído de su bolso.
Es un vuelo a Madrid y sin embargo
parece ser la única española,
hindúes, orientales, africanos,
nórdicos rubios como la cerveza,
ojos de agua y cuerpos de gimnasio.
Apenas intercambia un par de frases
con un joven de acento tropical.
Que es cubano, le dice, que va a España
por temas de familia y de trabajo
y le muestra en su móvil las fotos de unos niños.
Sin poner atención ella le escucha
y contempla a los hijos de ese hombre.
Unos niños iguales a otros niños,
parecidos al nieto que acaba de dejar,
con exactas preguntas en los ojos.
Sube a bordo en su turno; una chica le ruega
que se cambie de asiento con su novio,
está unas pocas filas más atrás.
Piensa que no le importa, que disfruten,
va a estar igual de sola en cualquier sitio.
Ha perdido de vista a su amigo cubano.
No lleva la pastilla de dormir.
Intenta concentrarse en la lectura
mas las letras se niegan a dejarse leer.
Las azafatas cumplen con esmero
el rito repetido de su oficio.
Se abraza a la almohadilla fuerte, como si fuera
la tabla necesaria para su salvación.
Sin que ella lo pretenda, a sus espaldas,
se va urdiendo en su pecho una revuelta
de dolores pasados y presentes
y de miedo a un futuro que no quiere vivir.
¿Será esto lo que llaman mal de altura?
De golpe se amotinan todos juntos,
toda su larga vida se concentra
en una pesadumbre amorfa, sin aristas.
Una congoja sorda, sin fechas y sin nombres,
se desborda sin freno por sus ojos
como el caudal de un río de tristeza
que ni siquiera intenta retener.
Y llora, llora, llora, como si reventase
el dique que contiene las aguas estancadas
que se esconden al fondo de su alma.
Quiere volverse líquida,
fundirse en una nube, derramarse
en lluvia torrencial sobre el océano
piensa que esa sería
la forma más hermosa de morir.
No sabe ni le importa que un desconocido,
cubano por más señas, la mira desde lejos.



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