lunes, julio 03, 2023

El Farito

 El Farito: la empanadería que fue cobijo e hizo historia

Las empanadas de El Farito fueron la gran excusa para que artistas, cantores, bohemios, y todo aquel que solía transitar el centro de la capital salteña, tuviera una parada obligada donde encontrarse a olvidar penas y celebrar alegrías.

Hace 7 años que El Farito cerró sus puertas. Hace poco menos de un año que su histórico dueño, Edmundo “el Pelau” Herrera, dejó físicamente esta tierra. Sin embargo, los casi 50 años que supo brindar su cobijo, permanecen aún como un recuerdo vivo en todos aquellos que lo frecuentaban a diario, así como quienes de paso, supieron degustar sus sabores frente a la plaza 9 de Julio de la capital salteña.

No era raro ver mesas entreveradas de poetas, músicos, bohemios, artistas y referentes de política, comiendo empanadas al sol de un mediodía salteño. Allí, todo ellos, se sincretizaban en un mismo sentir, en una misma pasión por las tertulias, las charlas interminables y las clásicos manjares que “el Pelau”, sostenía estoico todos los días en el negocio de la calle Caseros.

Génesis de un mito

En un video realizado por el diario La Gaceta el día del cierre de El Farito, Edmundo Herrera comenta: “los clientes están que no saben para donde disparar, me dicen que vaya a otro lado, pero no, es imposible”, y continúa entre risas: “hay tres o cuatro fiados nada más, y quedarán en el olvido”.

Con esa parsimonia el Pelau dejaba el local que lo albergó durante 49 años, una historia que se remonta a 1967, cuando el joven salteño Edmundo Herrera regresó a Salta luego de tropezar con el sueño de su carrera aeronáutica. “Mi papá estaba estudiando en Córdoba en la escuela de aeronáutica, pero no le gustaba volar, no le gustaba subirse a los aviones, de hecho, nunca se subió a un avión, así que todo era muy raro. Deja córdoba, se viene a Salta y tenía que hacer algo. Entonces mi abuelo lo ayuda en un primer momento, ponen el negocio y arranca solo en 1967”, cuenta su hijo Martín.

La génesis de un “fracaso” aeronáutico, convirtió la necesidad laboral en lo que prontamente se convertiría en ícono de la sociabilidad salteña entre finales de los años 60, llegando hasta 2016 cuando la persiana se bajaría definitivamente.

Martín tiene 45 años, y no solo es hijo de Edmundo sino que también trabajó largo tiempo en el local. “Estuve los últimos 15 años de vida en El Farito trabajando. Pero desde que tenía 10 o 11 años iba los sábados con dos primos más a atender por la propina, para tener para ir a los video juegos, para el cine".

“Nosotros teníamos nuestro horario. Empezábamos a las 11.30 hasta las 3 de la tarde, como mucho 3 y media, nos íbamos y volvíamos tipo 20, 21 horas, hasta la 1 de la mañana. Así de lunes a viernes y el sábado hasta el mediodía. El domingo la gente se va a otros lados”, comenta Martín sobre la meticulosa rutina que proponía su padre como dinámica en El Farito.

“Primero, como todo negocio, no era solamente de empanadas, había locro, menú, sánguches de miga, de todo un poco. Después se fue viendo que era lo que más salía y quedó la empanada”, recuerda Martín, quien comenta que aún conserva el farolito que dio origen al nombre, “fue un farolito que vino con el primer mostrador que compró mi papá, le regalan ese farito, y de ahí sale el nombre”.

Uno de los tantos parroquianos que permanecieron estoicos durante años en El Farito es Carlos Inocencio, a quien todos lo conocen como “Juguetín”: “lo conozco a Herrerita desde el año 69, porque nosotros teníamos negocio de óptica y fotografía que se llamaba ‘Luces y sombras’. Yo salía a media mañana y ya me iba al Farito a comer algo. Y después de noche, cuando cerraba la óptica, a veces venía a la casa, pero muchas otras me quedaba con Herrera en el local. Fue una amistad de más de 50 años”. Nota aquí.







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