sábado, noviembre 18, 2023

Confitería El Molino

 Los guardianes de los recuerdos de la confitería El Molino que donaron uniformes, invitaciones de boda y fotos inéditas

La Comisión Administradora del Molino organizó una merienda para agasajar a todas las personas que aportaron objetos imprescindibles para la recuperación del emblemático lugar. Algunos son extrabajadores o familiares de exempleados, y otros ciudadanos que sin querer hicieron historia. En diálogo con Infobae, cinco historias emocionantes.

El viernes por la tarde se convocó a extrabajadores y personas que donaron objetos a una merienda en la emblemática Confitería El Molino. La invitación cumplió el objetivo de agasajar a todos los que hicieron valiosos aportes para la reconstrucción del histórico edificio, y aunque muchos dedicaron más de dos décadas de sus vidas como empleados, nunca se habían sentado a tomar un café en el salón de planta baja. Esta fue la primera vez para varios de ellos, colmados de emoción por revivir recuerdos que atesoraban desde el día en que cerró sus puertas. Hubo reencuentros de compañeros que no se veían hacía 25 años, y pudieron intercambiar un sinfín de anécdotas, casi como si fuese un viaje en el tiempo. En diálogo con Infobae, cinco testimonios de aquellos que cumplieron el rol de guardianes de recuerdos sublimes.

La modelo de los uniformes

En una de las vidrieras que dan a la calle en la esquina de las Avenidas Rivadavia y Callao, se exhibe una muestra de ocho uniformes originales que se utilizaron en la última etapa de la confitería, entre los años 1989 y 1997. La gran mayoría los donó Ana Graciela León, de 67 años, que es el carisma y la sonrisa en persona. Con su larga cabellera negra, destaca entre la multitud. Esta vez las persianas están bajas, los transeúntes no pueden apreciar la colección de delantales que ella observa con atención, y casi como si fuese una señal, se encienden las luces de la vitrina, para iluminar aún más los maniquíes.

“Pasaron 25 años y no sé cuántas mudanzas estos uniformes, pero siempre los conservé, no quería que nada de mi etapa en El Molino se arruinara, me daba cosa despedirme de ellos, así que siempre los tuve bien guardados”, expresa. Cuenta que usaban dos por año: estrenaban la versión de invierno el Día del Padre, y la de verano el Día de la Madre. La combinación de bordó, blanco y negro era la característica en común, salvo algunos motivos florales y estampados en las camisas, que se combinaban con falda tubo. Entre risas confiesa que sus compañeras le decían “la modelo”, porque cada vez que llegaba una variante nueva, no hacía falta ni que se lo probara. “Daban por hecho que me iba a quedar bien, y yo me reía, pero siempre tuve la noción de que el uniforme era como mi cara, mi carta de presentación, y lo cuidaba como tal”, explica. Nota aquí.







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