lunes, agosto 12, 2024

Bar Pinon

 Cafetines de Buenos Aires: el lugar donde aprendí la historia del morocho del Once

Los bares tradicionales porteños tienen historias escondidas que forman parte de la identidad de cada barrio. El recuerdo del Gardel judío. Primera entrega de una saga que promete continuar.

El Bar Pinon es un minúsculo local pegado al edificio de la Sociedad Hebraica Argentina (SHA). Queda en Sarmiento 2227, pleno barrio de Once. Es uno de los tantos barcitos de Buenos Aires que pertenece a la tipología de cafeterías con puerta de entrada hecha en carpinterías de aluminio. Su interior está revestido con azulejos de color miel. Tiene una barra con banquetas todo a su largo y mesas contra la otra pared. La capacidad del lugar con suerte alcance para unos cuarenta parroquianos. El Pinon abrió el 1 de julio de 1950. Lo fundaron Marcial Parrondo y los hermanos Eloy y Arturo Rodríguez. Todos españoles, como lo delatan las imágenes con motivos ibéricos que decoran su interior.

A poco de ser inaugurado, los socios de la SHA se lo apropiaron. Y lo convirtieron en el café de al lado. Pero, ¿qué hace que este bar tenga algo distintivo por sobre otros de los cientos que hay en Buenos Aires? En principio es un bar de gallegos, atendido por un correntino, en pleno Once. El Once Sur -como lo conocen algunos vecinos porque está ubicado al sur de la avenida Corrientes- desde hace tiempo está ganado por las comunidades peruanas y coreanas. Las cercanías del bar funcionan como un cluster de parafernalia multiétnica y religiosa. Se ofrecen a la venta imágenes de absolutamente todo. A cualquier pobre diablo que pase caminando le embocan un alma. Otro hecho que lo hace diferente al resto de los bares es que allí me enseñaron la historia del Gardel judío.

La primera aproximación a ese relato la tuve en septiembre de 2003 cuando celebraba Rosh Hashaná en casa de Naty, una amiga. En el momento más alegre de la noche, la dueña de casa y sus tres hermanas armaron un número musical. Paradas en fila, junto a la ventana que daba al pulmón de manzana, se pusieron a cantar en un lenguaje inentendible. Solo por la melodía y puesta coreográfica, deduje que entonaban Rubias de New York de Carlos Gardel. El cuadro se parecía a una escena montada en el interior de una casa de Brooklyn, filmada por Woody Allen para su película Hannah y sus hermanas. Sin embargo estábamos en la calle Tacuarí, en Montserrat. Nota aquí.





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