El chamán Neil Young y su gran desafío de ‘rock and roll’
El músico propone todo un viaje espiritual y catártico dentro de su condición de leyenda en vida durante su última gira.
Cuando la noche había engullido al impresionante teatro Waldbühne en mitad del bosque berlinés como en un sueño profundo y lejano de las averías del mundo, hubo un detalle que ilustró bien a Neil Young, más que, como un gran músico, como un chamán invocando las fuerzas sobrenaturales de una energía alternativa en vías de extinción, pero aún no apagada, llamada rock and roll. La cuerda de su guitarra se rompió en la trastornada interpretación de ‘Rockin’ in the Free World’ y Young, con ese sonrisa descompuesta a mitad de camino entre la tierra y el cielo, se quedó mirando en trance esa cuerda con tanta intensidad y durante tanto tiempo que pareciese poseído por algo que no tiene nombre. Él y su banda estaban prendiendo fuego a las estrellas con sus guitarras salvajes durante los más de diez minutos de uno de los himnos más emblemáticos del rock contracultural y la cuerda rota bailaba sobre el mástil desesperada y frenética. Young la miraba y se movía en semicírculos, acompañando su danza, sin dejar de estrujar el sonido como si fuera el día del juicio final.
No era el día del juicio final, pero este mundo se ha convertido en un lugar que muchas veces parece precipitarse a ello. Y, si no se precipita, se ha ido transformando en un espacio tan distinto al soñado que cada día es un poco más conquistado por los formuladores de pesadillas. Un mundo rendido o narcotizado, que casi da lo mismo, ante el avance imparable de los abusadores, los intolerantes y los bárbaros, distintas especies para una misma legión de destructores de la igualdad, la fraternidad y la solidaridad. El líder de ese mundo que saca pecho y se siente fuerte es hoy Donald Trump, al que Neil Young decidió plantar cara antes que ningún otro músico cuando dijo que era “el peor presidente en la historia de Estados Unidos”, que había “secuestrado al país con sus persecuciones” y por el que creía que a lo mejor a él, un canadiense con nacionalidad también estadounidense, no le iban a dejar entrar en Estados Unidos. Ya en su día, Young también se enfrentó a Richard Nixon o George W. Bush. Y hace unas semanas, Bruce Springsteen también criticó a Trump y Young salió inmediatamente a respaldar a su colega ante los insultos y las amenazas del mandatario de la Casa Blanca. “Bruce no estás solo. Trump, no te tenemos miedo”, escribió Young en su página web.
El rock and roll de Neil Young es un desafío en sí mismo. Una descarga tan abrumadora de electricidad que no deja indiferente, mucho menos en directo, cuando este chamán, conocido en los círculos íntimos de la música como Caballo Loco, busca trascender con su oficio, con su vocación, con su filosofía de vida. La filosofía del rock contracultural, aquella república independiente de ideas combativas contra el poder y alumbrada en los años sesenta del siglo pasado. Y la contracultura, por utópica que fuese, por inocente que resultase, hasta por ilusa que se antojase, siempre fue esa línea de corriente alternativa con la que hacer saltar chispas lúcidas en las mentes inquietas, los espíritus libres, las personas comprometidas.
El desafío de Neil Young es seguir revindicando el escenario como lo que siempre fue: un lugar de encuentro, pero, en su caso, bajo la invocación de la llama del rock and roll. Si el mundo parece cada día un poco más rendido o narcotizado, donde la contracultura queda relegada a un documental de Netflix, él no lo está. Ni rendido ni narcotizado. Es más: está dispuesto a erigirse como el último mohicano en el que creer y el más capacitado para promover cualquier reto, por difícil que sea. Nota aquí.
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