lunes, abril 21, 2025

Andreu Buenafuente & Berto Romero

Hay Andreu Buenafuente y Berto Romero para rato: “La esperanza de vida es el límite”

Los cómicos llevan casi dos décadas trabajando juntos. Desde 2013 hacen en la SER ‘Nadie sabe nada’ y Buenafuente vuelve ahora a La 1, con ‘Futuro imperfecto’, un ‘late’ muy personal en el que Romero será uno de sus colaboradores.

Todo empezó en 2012, en un mal momento y con una mala foto. En un campo de Formentera se ve a dos tipos que posan con lo que hoy definen como “cara de nadie”, un gesto muy serio y a la vez profundamente cómico que ya es parte del sello Andreu Buenafuente-Berto Romero. “Era una época muy dura, en plena crisis. Yo no tenía programa, él seguía con su teatro… Estaba la cosa bastante mal y se empezaba a recrudecer la crisis, el audiovisual caía en picado, bajó el 50% de la publicidad en tele… Por suerte, nos alojamos en la radio”, explica Andreu Buenafuente (Reus, 60 años) en una terraza de la Barceloneta con el Mediterráneo de fondo. A su lado, Berto Romero (Cardona, 50 años) asiente: “El Nadie… fue una válvula de descompresión, pero no le dábamos importancia. Cada uno tenía claro que su proyecto personal o interesante era otro. Íbamos cansados a grabar, pero con ese ejercicio de ligereza nos reíamos, lo pasábamos bien”.

Se refieren a Nadie sabe nada, un programa de humor radiofónico basado en la improvisación que arrancó en la SER el 30 de junio de 2013 sin muchas pretensiones, como experimento veraniego, y no ha dejado de sumar premios y audiencia en sus ya más de 400 episodios: en 2019 mereció el Ondas a mejor idea radiofónica, en 2022 emitió 40 programas en HBO Max, ha sido reconocido por Spotify al superar los 50 millones de streams… Sus seguidores tienen códigos propios, se saludan diciendo “samanté”, una de las palabras inventadas por el dúo, y la lista de espera para acudir a las grabaciones del programa supera las 50.000 personas, concreta Oli, responsable de la gestión de público. “Decidimos que iba a ser un espacio fuera de la realidad y de la actualidad. El mayor activo era crear una zona protegida, 50 minutos a la semana en los que nada te pudiera hacer daño, en los que ibas a entrar en una conversación de dos amigos, blanca y divertida”, precisa Romero.

En el primer episodio, Buenafuente recordó un consejo del periodista Jesús Hermida: “Mientras estás nervioso estás vivo”. Dice que, pese a llevar más de cuatro décadas ante un micrófono, no ha dejado de sentir esos nervios: “Yo lo llamo cuerpo de función. Te levantas ya por la mañana con una configuración diferente”. No tiene supersticiones, aunque últimamente no se separa de un colgante regalo de Joana, su hija, que nació en 2012 fruto de su relación con la actriz Sílvia Abril, con quien se casó en 2017. “Hemos pactado que es un amuleto, yo me he creído que eso va bien y no puedo salir sin él. Una vez que no lo tenía me lo dibujé en papel y me lo colgué igual”, relata. Romero ha ido acumulando “rituales” con los años: “Se me van creando solos y luego me doy cuenta de que son siempre los mismos y muy rígidos, pero no están pensados. Cuando hago teatro, que es lo que he hecho toda mi vida, he visto que tengo que llegar siempre la misma cantidad de minutos antes de que empiece y estar un rato solo, hacer la prueba de sonido en un momento exacto, con el micro también… A veces vengo con Marta [Bercebal, ilustradora, su esposa desde 2003] y los niños [tienen tres] de casa de mi suegra y veo que no llegamos a tiempo y ya voy con la cara desencajada”.

Escucharlos hablar mientras toman un refresco de cola (Buenafuente) y una cerveza cero-cero (Romero) es como oír uno de sus programas, o unirse a unos amigos que han quedado para el aperitivo en el primer día que asoma tímido el sol en Barcelona tras mucha lluvia. Los dos van de negro, se protegen del viento marino abrochando sus cazadoras; llevan gafas de pasta, a veces se acaban las frases. Cuenta Buenafuente que solía quedar por esta zona con el cómico Pepe Rubianes, fallecido en 2009. “Él vivía aquí. Me decía: ‘Nene, vamos a hacer un arrocito’, y quedó como un hábito. Ahora es muy turístico, pero es curioso, un barrio de pescadores dentro de una gran metrópoli”. Romero tira más al interior: “Es que soy de Cardona, un pueblo de montaña, no tengo esa necesidad de acercarme al mar. Cuando vine a Barcelona vivía en Gràcia y me he ido yendo al Tibidabo y El Putxet, puntos a partir de los cuales la ciudad ya no es interesante para los turistas”. Desde que ponen un pie en la calle la gente se acerca, los llama con familiaridad por sus nombres de pila, les pide una foto o les comenta que tiene entradas para The Chicken (el espectáculo basado en el podcast que los ha llevado al madrileño Palacio Vistalegre a principios de abril y con el que han colgado el cartel de “completo” tres días en mayo en el Auditori Fòrum de Barcelona). La química es evidente. ¿Cómo se forja, y se mantiene, profesionalmente durante casi dos décadas? “Es una cosa simplemente de piel, algo que a mí no me ha pasado nunca con nadie más, y la prueba es el hecho de que sigamos trabajando juntos”, afirma Romero. Nota aquí.



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