Sobre las azoteas también habita la poesía, la amistad y la vida.
VERSOS AJENOS PARA UNA NOCHE DE INVIERNO
Y me acompañan poemas que me salvaron del tedio plomizo en algunas noches de noviembre.
Y ahora, pasados ya algunos años,
sé que nunca volvieron las oscuras golondrinas
y que poesía no eras tú, ni muchísimo menos.
Que jamás cargué mi arma con versos de futuro,
ni callé cuando estabas como ausente,
ni nombré contemplado a un mar repleto en dudas
y, a pesar de la advertencia, me salvé y me quedé inmóvil, infinidad de ocasiones, al borde del camino.
Siempre fui negra sombra.
Y no, no es verdad que fueras ángel de amor en una apartada orilla, más bien todo lo contrario.
Y claro que no viví sin vivir en mí (salvo en los delirios de la carne).
Tampoco fui caminante porque nunca hice camino.
No me quise verde,
no tuve noches serenas,
no reconforté a ninguna princesa que estuviese triste.
Y me bastó así.
Sin tener sonrisas de recambio,
amé el empeño de una mujer de verso en pecho.
Y el mar, la mar, no fue mi cómplice en marejadas tristes.
Tampoco tuve una rosa azul ni hallé cobijo bajo un ciprés en Silos.
No entoné canto espiritual alguno,
ni habité tristemente una casa encendida
porque siempre temí desde niño el golpe helado de los heraldos negros.
Pero sí que me hundí mansamente en el río de los ojos
y así tuve que hablar de tantas cosas, compañero del alma, compañero.
He sido un hombre a una nariz pegado. Superlativo. Sí.
Como el amor que calla y como tú, viento de octubre que suspiras en esta noche roja, toda roja.
Porque yo también tuve un amor completamente viernes, y me perdí en un jardín de estatuas yacentes y firmé un tratado de amor pagano.
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