De gorilas y cabecitas.
En estos días tomé como costumbre, al atardecer, enfilar hacia la Feria del Libro. Al templo, como cuando, en los años treinta, las viejas del barrio, a las seis de la tarde, se encaminaban a la parroquia a escuchar la bendición. Claro, en medio está la palabra racionalismo, por lo menos para los lectores de Descartes. Pero a la Feria del Libro le cabe la palabra templo, no de lo sagrado, sino del saber, o por lo menos de la búsqueda para buscar luz en las tinieblas. Leer nota.
En estos días tomé como costumbre, al atardecer, enfilar hacia la Feria del Libro. Al templo, como cuando, en los años treinta, las viejas del barrio, a las seis de la tarde, se encaminaban a la parroquia a escuchar la bendición. Claro, en medio está la palabra racionalismo, por lo menos para los lectores de Descartes. Pero a la Feria del Libro le cabe la palabra templo, no de lo sagrado, sino del saber, o por lo menos de la búsqueda para buscar luz en las tinieblas. Leer nota.
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