Se llama Madrid
No es la corte, no es el palacio, no es el palco, no es el teatro de la avaricia, ni es el despacho de la ambición en el que se tejen los grandes negocios oscuros o los acuerdos entre la política sometida y la banca sin ética. No.
Es verdad que hay un Madrid cortesano y que ese Madrid ha ocupado durante años las instituciones. Es verdad que extrañas maniobras, una compra y venta de diputados, abrieron las puertas a las tramas de corrupción urbanística más descarnadas. Pero es injusto, reduccionista y falsificador identificar con esa imagen triste la realidad abierta de Madrid. Nota aquí.
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