El toro que no quería torear
Sin los guiños habituales en el cine animado de los últimos tiempos, quizá demasiado ceñido a que cada elemento cumpla su rol, el primer tanque de animación de la temporada apunta exclusivamente al público más pequeño. Y, a su manera, funciona.
Creada originalmente por el cuentista infantil Munro Leaf en 1936, la historia de Ferdinando es conocida gracias al cortometraje animado de Disney realizado en 1938 y ganador de un Oscar al año siguiente. Ochenta años después, el toro amante de las flores vuelve a la pantalla grande de la mano del estudio Blue Sky, que desde la seminal La era del hielo no ha hecho otra cosa que incursionar en universos de animales parlantes dotados de sentimientos humanos, con las posteriores Río y Horton y el mundo de los quién acentuando la tendencia. Dirigida por uno de los grandes referentes del estudio, Carlos Saldanha, Olé, el viaje de Ferdinand es una de esas películas en las que cada elemento (personajes, escenarios, situaciones) está donde está para cumplir una función preasignada, más allá de la pertinencia narrativa. No le hubiera venido mal un poco más de aire, de libertad, de explosión, de voluntad para sortear las taras autoimpuestas. Pero así y todo la cosa funciona, al menos como ejercicio recreativo veraniego. ¿Por qué? Porque Olé, aunque calculada hasta el último pixel, sabe cómo hablarle a los más bajitos, máximos –y únicos– destinatarios del primer tanque de animación de 2018. Nota aquí.
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