España es un escenario en el que la comedia le roba el sitio al drama.
“Quien cierra los ojos para no saber, nunca sabrá qué es visible y qué invisible”.
“Según todas las pruebas, morimos para siempre”, escribió el poeta Blas de Otero, y esa es la única cosa de la que todos podemos estar seguros. El resto es variable, dudoso y, nueve de cada diez veces, incomprensible. La realidad es siempre dos cosas: lo que sucede y cómo te lo cuentan; es opcional porque basta con mirar para otro lado cuando lo que tienes delante no te gusta o te da miedo; y, sobre todo, es interpretable. ¿Qué es lo que de verdad importa de todo lo que pasa? ¿Cuál elegimos para tema del día? ¿Qué va a dominar los titulares y las conversaciones? Abres un periódico, enciendes una radio o una televisión y ves en primera plana, como argumento de salida, al candidato a presidir otra vez la Generalitat, sacándose a sí mismo en procesión por Copenhague, para repetir allí que España no es una democracia y llamar franquista a todo el que no comparta sus opiniones; y en lo que queda de informativo, ya te cuentan los informes sobre los trabajadores de nuestro país y sus condiciones laborales, y entiendes qué somos: un escenario en el que la comedia le roba el sitio al drama. Nota aquí.
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