Un artista en las antípodas de la corrección poética
Ganador de numerosos premios, entre ellos el Cervantes, bajó la poesía del pedestal para aproximarla al barro de la palabra hablada, la crónica periodística o el pregón del vendedor ambulante. El gobierno de Chile decretó dos días de duelo para despedirlo.
El último que apagó la luz transformó lo “menor” en un arte mayor. Lo cómico, tan menospreciado en el poema como en la narración, es la esencia expresiva de lo humano. El poeta más longevo de América Latina que no tenía “apuro por desaparecer del mapa”, como él mismo ironizó, murió ayer a los 103 años en su casa del balneario de Las Cruces, en la región de Valparaíso. La poesía de Nicanor Parra, uno de los grandes renovadores del siglo XX, resistirá a la embestida hagiográfica de homenajes y reconocimientos. A pesar del exceso de comulgantes de un credo que en un pasado no tan lejano cosechaba más disidentes que devotos, no hay bendición ni institucionalización que pueda extirpar lo subversivo de su “antipoesía”. Como si hubiese desa- rrollado un ácido desacralizador que neutraliza el riesgo de convertir en paradigma de la corrección poética y política una propuesta que nunca sería cabalmente asimilada por el sistema. Refractario a toda parafernalia protocolar, el poeta de cabellera despeinada, que bajó la poesía del pedestal culto y refinado para aproximarla al barro de la palabra hablada, la crónica periodística, el sermón religioso o el pregón del vendedor ambulante, jugó sus barajas entre lo serio y lo carnavalesco, entre la risa del bufón obstinado y la elegante melancolía del príncipe. El gobierno de Chile decretó dos días de duelo nacional para despedir al Premio Cervantes.
El propio Nicanor redactó un “Epitafio” posible: “Fui lo que fui: una mezcla/ De vinagre y de aceite de comer/ ¡Un embutido de ángel y bestia!”. Nota aquí.
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