Los Secretos y Madrid, 40 años de amor
Tiene Madrid sus símbolos ―parafraseando al maestro Gimferrer― como el mar su mecánica. La Cibeles. Neptuno. La Puerta de Alcalá. El Oso y el Madroño. El Museo del Prado. La Gran Vía. El Retiro. La M-30. Los Secretos.
Desde que en el lejano 1980 los hermanos Urquijo decidieron compartir con el resto del mundo ese caudal de tristeza que bullía en su interior (aunque el embrión, Tos, surgió dos años antes), Madrid ha asistido, y no precisamente muda, al crecimiento y la consagración de un grupo que ha hecho de la melancolía y la fatalidad su adictivo estandarte.
Miembros por derecho de la Movida, aunque alejados estética y temáticamente de ella (nunca fueron una banda de disipación, sino de introspección), Los Secretos han creado una geografía musical tan distinguible y propia como de cada uno de los madrileños que la han paladeado y entonado durante cuatro largas (o cortas, según se mire) décadas. Que la han hecho, ya digo, del todo suya, como uno de esos tatuajes que recuerdan obstinadamente a un amor. Nota aquí.
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