viernes, julio 15, 2022

Rodolfo Serrano

 Café Nacional

A Valentin Martin, que, estoy seguro,
tomó allí más de un café y alguna consigna
Recuerdo.
Veladores de mármol.
Y un sifón
con vasos, cristal grueso, y cucharillas.
Y un rumor apagado,
grises conversaciones
y el aroma, muy suave, del café.
Viejos conspiradores esperando
una revolución que no llegaba.
Aquel viejo café. La vida entera
detenida en las mesas.
Las miradas
alertas (“¿te habrá seguido alguien...?”),
las consignas,
los nombres de guerrilla,
y los ancianos ojeando el ABC.
Me viene a la memoria
como fotografía
amarilla de tiempo y de nostalgia.
Tantas cosas.
Esa luz que rompía los cristales.
Las citas en voz baja,
los avisos.
El camarero ausente, sordo y ciego.
El café Nacional
en la rotonda de aquel hotel de Atocha.
El hermoso café
donde creímos
vencer a dictadores
a base de palabras, de poesía
encendida y viva y militante.
Esa revolución que amamos tanto.
Un día lo cerraron.
Abrieron una
cafetería americana de colores.
Quedaron allí muertos nuestros sueños,
con los viejos sifones, con el mármol
veteado, igual que nuestras ansias
de aquella libertad que nunca nunca
conseguimos traer a nuestras vidas.
(Pero que nos hizo, algún momento,
iguales a los dioses, inmortales)



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