lunes, octubre 14, 2024

Claudia Piñeiro

 Han Kang, una Nobel que sí leí

La lectura de ‘La vegetariana’ fue una experiencia extraordinaria, por la prosa, por la historia, por los personajes, por las voces. Contundente y delicada a la vez, su lectura me conmocionó.

En septiembre de este año viajé a Corea del Sur para participar del Festival Internacional de Literatura de Seúl. Nunca había estado en ese país. A pesar de que en Buenos Aires hubo una importante inmigración surcoreana en los años 90 y que somos uno de los pocos países que tenemos en el calendario un “día nacional del Kimchi”, no conocía su cultura. Es cierto que he visto muchas películas y series, pero sabía poco de su literatura. Había leído Conejo maldito, de la destacada escritora Bora Chung; me había impactado y recordaba esos cuentos a la perfección. También había leído una antología de jóvenes autoras publicada por Hwarang, una editorial de Buenos Aires que sólo publica escritores coreanos. Eso era todo. Me sentía analfabeta para emprender ese viaje, así que me puse a buscar más libros y autores.

Uno de los primeros nombres que aparecieron fue el de Han Kang. La vegetariana era una lectura que tenía pendiente desde hacía tiempo. Traté de conseguir el libro en papel, pero la edición de Random House era inhallable. A través de una plataforma de comercio electrónico encontré un ejemplar de una edición anterior del sello Bajo la luna, una editorial independiente. Fueron adelantados, y Argentina el primer país no asiático que tradujo a Han. Esa excelente traducción es de Sun-Me Yoon, una surcoreana que llegó a la Argentina a los 5 años y estudió en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. La misma universidad que hoy —permítanme la digresión— se encuentra en riesgo por el recorte presupuestario que ordenó el presidente de mi país, quien también estudia poner restricciones económicas para los extranjeros que, como Sun-Me Yoon, estudian allí.

Recién cuando recibí el ejemplar me di cuenta de que no sólo era un libro usado, sino que además estaba subrayado con tinta azul, escrito profusamente en los márgenes, manchado con café y arrugado por otros líquidos. Aunque era imposible leer un libro en ese estado, no lo devolví. Fui por mi segunda opción, el e book; pero me equivoqué y lo compré en su versión catalana. Por fin, la tercera fue la vencida, y empecé a leer.

La lectura de La vegetariana fue una experiencia extraordinaria, por la prosa, por la historia, por los personajes, por las voces. Contundente y delicada a la vez, su lectura me conmocionó. Le robé horas al sueño y terminé ese mismo día; me sirvió también para conocer la situación de la mujer en Corea del Sur. Que la protagonista se declarara vegetariana no era sólo una cuestión de alimentación, sino que se trataba de romper con los mandatos impuestos por la tradición. La comida es un ritual muy importante para los coreanos, tanto que en lugar de preguntar ¿cómo estás?, preguntan ¿has comido? Y no, Yeonghye, nuestra vegetariana, no ha comido, ni quiere comer, ni comerá por mucho que la fuercen. Nota aquí.



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