Viendo la televisión
Y, ¿quién lo iba decir? Lo ves y es todo
como un disparo lento por la espalda,
como un golpe de angustia y de silencio.
Como un vuelo, sin tino, de vencejos,
un crujido de venas arrancadas.
Lo estás viendo, lo ves, así el desastre,
igual que una cuchilla en carne viva,
como una calle abierta por las bombas,
lo mismo que un chasquido en la tormenta,
como un grito sin nadie por la noche.
Lo ves, puedes oler el terror loco,
el miedo que rebosa la pantalla
de mil televisores y mil almas.
Sin embargo, te sientas y, tranquilo,
escribes de tus cosas, y haces versos.
Escribes de tu miedo y tus dolores,
compones, en perfecto endecasílabo,
un poema de amor y de abandono.
Y reclamas a dios, si es que existiera,
por esta perra vida que te ha dado.
Mas la tele, maldita hija de puta,
te trae en colorines y por nada
el dolor tan real de un aeropuerto
con niños que han perdido sus juguetes,
con hombres y mujeres que ahora mismo
cambiarían su vida por la tuya,
con cáncer incluido y que, sin duda,
aceptarían cargar con la amargura
que te dejaron todas tus amantes
y con esta nostalgia tan querida
que te hace escribir versos tan inútiles.
(El dolor, con la vida que tú llevas
es -lo sabes bien- muy soportable).
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