domingo, septiembre 26, 2021

Rodolfo Serrano

 Un mensaje

Te escribo ahora. Es un mensaje tonto.
¿Qué tal estás? ¿Cómo te fue el verano?
Cuatro frases de nada. Tonterías.
Y luego te comento que mis cosas
marchan bien, muy bien, y que los médicos
dicen que, si muero, va a ser en plena forma.
En fin, que nos decimos lo que suelen
decirse en estos casos dos personas
educadas que ya no tienen nada
que quererse, ni nada que contarse.
Y la familia bien. Me dices que tu hija
sigue igual, tan rebelde como siempre.
Te mando una carita con un beso
-impagable este invento tan absurdo-
y me remites tú una rosa roja,
un detalle. Y adiós. Hasta otro día.
No he querido decirte que yo ahora
salgo muy poco ya. De tarde en tarde
recorro la ciudad, entró en los bares,
me junto con borrachos y con gente
poco recomendable, a qué negarlo.
Que sí, que escribo versos. Y que sigo
volando como un pájaro sin nido.
que tu nombre me duele todavía,
que aún te echo de menos muchas noches
y sigo sin hallarte en ningún sitio.
Que el olvido es tan sólo una mentira
y que sigues ahí, igual que un rezo
antiguo que susurra en mis oídos.
Ya lo ves. He sido un caballero.
He callado que aún siento por mis dedos
el calor de tu piel cuando me amabas,
que sigue en un rincón de mi memoria
el perfume canalla de los cuerpos
unidos en las camas del recuerdo.
Que daría cualquier cosa, cualquier cosa,
por sentir, de tus labios a los míos,
lo que dijiste en aquella madrugada:
“No eres mi amor, mi amor, y sin embargo
te quiero como no he querido a nadie”
(Y fue la última vez. Nunca hemos vuelto
a aquel bendito hotel de las afueras).
Foto de Raul Cancio.



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