domingo, diciembre 10, 2023

El Indio Rubio

 Volvió El Indio Rubio, el histórico bar y almacén fundado en 1951

Resurgió como local de bebidas, tapas y picadas a cargo de Agustín Pelorosso, nieto del fundador.

Agustín Pelorosso iba a la escuela primaria cuando cada tarde, después de hacer la tarea, corría hacia el almacén de su abuelo, en Brandsen Nro. 1207. Parado en puntas de pie, ordenaba los envases de pimentón extra Alicante con sus vibrantes colores rojo y amarillo; las cajas de fósforos Fragata o la fila de botellas de caña ambarina que relucían en los estantes. En lo posible trataba de esquivar un tacho maloliente donde flotaban las tripas en salmuera, producto indispensable para la gente de campo que elaboraba embutidos caseros.

En ese universo de aromas a tabaco, alcohol, especias y productos sueltos, entre naipes gastados y gritos de retruco, Agustín pasó los mejores años de su infancia. Tal vez por eso -porque uno siempre intenta volver a los lugares donde fue feliz- decidió desempolvar recuerdos y reabrir “El Indio Rubio”.

El mítico almacén cañuelense fue inaugurado el 2 de abril de 1951 por Don Roberto Pelorosso y su hermano Mingo. Era un típico ramos generales con anexo de bar.

Se afianzó en el rubro haciendo reparto en los campos y estancias de la zona. El camioncito Ford 1936 de la firma llegaba hasta las quintas de portugueses que funcionaban el km. 35. Uno de sus principales clientes era la estancia La Primavera, de la familia Bustillo, donde entregaba mercadería para 120 peones y 20 puesteros. 

Junto con el almacén funcionaba un despacho de bebidas que todas las tardecitas era cita obligada de parroquianos que mantenían su fidelidad al lugar a lo largo de los años. Dos de los habitués eran el diputado Cayetano Guarnieri y “Patanga” Basavilbaso, el chofer de la Intendencia.

Cerca del horario de cierre comenzaban los partidos de truco. La casa tenía un código impuesto a rajatabla por Don Roberto: para evitar el espectáculo de los billetes esparcidos sobre la mesa, estaba prohibido jugar por plata; la única chance era apostar por latas de durazno.

El sistema funcionaba de forma natural, salvo por algunos incidentes que quedaron marcados en el anecdotario. En una oportunidad un paisano se retobó negándose a pagar las ¡1247! latas que había perdido en una noche en que lo abandonó la suerte. Para evitar que la sangre llegara al río Pelorosso convocó al diputado Guarnieri y al comisario Orsi, que decidió llevarse al rezongón a la comisaría. Reprimenda de por medio, finalmente entró en razón: era mejor pagar la fortuna adeudada en duraznos que pasar la noche en el calabozo. Nota aquí.







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