“Alguien tiene que encarnar el mal”
Actor todoterreno, el rosarino es dueño de mil máscaras. Se luce, sobre todo, cuando encarna villanos, pero es capaz de actuar de manera sobresaliente cualquier rol. En la película que se estrena este jueves 11, su personaje aprovecha su posición de poder para hacer negociados durante la última dictadura cívico-militar. “Encarnando a estos personajes uno intenta modificar ciertas formas de pensamiento o incluso de comportamiento”, asegura.
Muchos actores suelen decir que prefieren no abrir un juicio sobre los personajes que interpretan para poder comprenderlos y abordarlos con mayor libertad. Luis Machín forma parte de esa escuela. Cuando se trata de criaturas siniestras, oscuras, incluso repugnantes, el desafío es aún mayor. En Desbarrancada, película dirigida por Guadalupe Yepes con protagónicos de Carla Pandolfi y Machín, que estrena este jueves en salas de todo el país, el actor encarna a un empresario cercano al ejército que aprovecha su posición de poder para hacer negociados durante la última dictadura cívico-militar. Esa trama incluye secuestros, torturas, desaparición forzada de personas y apropiación ilegal de bebés.
En entrevista exclusiva con Página/12, el actor asegura que hubo un punto de inflexión en su carrera. Hace varios años le ofrecieron encarnar a un hombre que abusaba de su propia hija en un capítulo de Mujeres asesinas y dijo que no. Los productores le pidieron que leyera el guión y meditara su decisión. “Me tomé el tiempo y finalmente lo hice. Ahí me di cuenta de que si hacía eso ya no había límites, que a partir de ese momento podría abordar cualquier cosa. Había hecho algunos personajes de este estilo pero siempre enmarcados en rasgos de género; esto era más naturalista”, recuerda. Antes de él hubo dos actores –muy conocidos– que se negaron a hacer el papel porque creían que al público no le iba a gustar verlos en esa situación. “Eso me afirmó más en mi lugar como actor. No hay que pensar que uno tiene un público cautivo. Yo nunca creí en eso. Me parece un error”,afirma.
También le tocó interpretar a otro abusador en Los padecientes y encarnó personajes como Adolf Hitler o Domingo Cavallo. “Esas experiencias con personajes extremadamente complejos y condenables desde todo punto de vista me habilitaron para hacer otras cosas. Una vez que acepto, por necesidad o porque me interesa contar esa historia, me sumerjo ahí. Yo hice a Cavallo y no es una persona con la que tenga ninguna afinidad, hice a Hitler hablando en alemán. Durante un rato entro en la lógica de esos personajes y no me produce contradicción porque los abordo para contar una historia. Alguien tiene que encarnar el mal. Como ciudadano puedo padecer y criticar las políticas económicas de Cavallo; como actor ingreso en esa lógica y lo compongo a partir de la observación”, explica Machín.
A través de estos personajes también se produce una suerte de exorcismo de los traumas colectivos. El actor confía en la potencia de su oficio: “Eso sería lo ideal, al menos desde donde yo pienso la actuación. Contando estas historias y encarnando a estos personajes uno intenta modificar ciertas formas de pensamiento o incluso de comportamiento”, dice, y recuerda que en otras épocas la gente corría a los villanos de películas o radioteatros por la calle. “Hay una especie de herencia maldita de la encarnación del mal porque produce cierto rechazo, pero para mí todo eso es bienvenido”, asegura.
–Hay un detalle muy peculiar en Carlos. Desde el primer momento vemos a este hombre siniestro con un peluquín que se acomoda todo el tiempo. Hay algo de patetismo en ese gesto, una ridiculización que le viene bien al relato porque abre otras aristas del personaje en esa impostura, ¿no?
–Esa fue una idea de Guadalupe y estuvo desde las primeras versiones del guión. Ahí aparece ese costado de ocultamiento que refleja lo que ocurrió con los participantes de ese momento tan oscuro de nuestra historia. El peluquín tiene algo esquemático, es un trazo grueso: él no tiene pelo y quiere tenerlo. Es interesante cómo oculta lo que no tiene y también lo que tiene. El peluquín genera un rechazo. El otro día, en la rueda de prensa había un periodista que estaba bastante enojado con esa decisión. Es algo grosero: por momentos no lo tiene, en las escenas de violencia sexual se lo saca y había una que no quedó, pero con la explosión volaba el quincho de la casa y el quincho de él. Todas estas líneas pueden leerse porque es una película con varias capas.
–Esa complejidad permite registrar (y en tu caso habitar) los grises de un personaje como este. Muchas veces se piensa los relatos en términos dicotómicos de héroes y villanos, pero el mal es algo mucho más complejo e incómodo, ¿no?
–Sí, es algo incómodo de ver. La gente que uno desprecia también tiene sentimientos buenos, una cosa no impide la otra y eso hace que sea mucho más compleja la lectura del mal. La caída, donde Bruno Ganz encarna a Hitler, desató mucha controversia. En su momento la película fue muy criticada por humanizar a una figura como Hitler, pero ahí está la cuestión. A veces, la ficción equivoca el rumbo a la hora de narrar esos personajes, sobre todo las novelas clásicas que dividen todo entre buenos muy buenos y malos muy malos. En este caso, hay otras aristas del personaje: su amigo es cura y es casi como su psicoanalista, él manifiesta que ama a su mujer y desea darle un hijo, oculta a otro hijo con síndrome de Down, pero a la vez le corta las uñas en una escena amorosa. Nota aquí.


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