lunes, diciembre 22, 2025

Silvina Ocampo

 La “Poesía Completa” de Silvina Ocampo, un resplandor oblicuo en la literatura argentina

El libro reúne nueve poemarios editados entre 1942 y 2001, junto con traducciones de poemas que realizó para la revista “Sur” y una selección de poesías aparecidas en antologías y revistas.

La poesía de Silvina Ocampo es un resplandor oblicuo en la literatura argentina del siglo XX; lo extraño deviene una forma de belleza; la ternura afinada puede convivir con sentimientos retorcidos; la alegría vegetal y animal no están reñidas con una intensa certeza de que sin amor nadie puede vivir. “Soy todo lo que ya he perdido./ Mas todo es inasible como el viento y el río, / que mueren en las manos./ Soy todo, pero nada es mío,/ ni el dolor, ni la dicha, ni el espanto/ ni las palabras de mi canto”, se lee en uno de los poemas incluidos en Poesía Completa (Emecé), editado por primera vez en un solo volumen de casi 750 páginas para rendir homenaje a “su inconfundible genio literario”, como se destaca en la nota a esta edición.

El voluminoso libro reúne nueve libros de poesía, publicados entre 1942 y 2001, junto con traducciones de poemas que realizó para la revista Sur (en un número especial dedicado a la literatura inglesa contemporánea) y una selección de poesías aparecidas en antologías y revistas, organizadas según su fecha de publicación. En orden cronológico los títulos son Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), Poemas de amor desesperado (1945), Los nombres (1953), Lo amargo por dulce (1962), Amarillo celeste (1972), Árboles de Buenos Aires (1979), Breve santoral (1985) y Poesía inédita y dispersa (2001).

La menor de seis hermanas de una de las familias más tradicionales de la Argentina nació el 28 de julio de 1903 en la casa familiar de Viamonte 550 y murió en Buenos Aires, el 14 de diciembre de 1993, a los 90 años. La infancia de Silvina --que fue educada por institutrices inglesas y francesas, por lo que aprendió primero a hablar y a escribir en esos idiomas, antes que en castellano-- transcurrió entre el caserón familiar porteño, la mansión Villa Ocampo en San Isidro, los campos familiares de Pergamino y la estancia Villa Allende en la provincia de Córdoba. Una vez por año la familia viajaba a París, acompañada de sirvientes, y llevaban la vaca arriba del barco para que pudieran tomar leche fresca. En Francia, estudió dibujo y pintura con Giorgio De Chirico y Fernand Léger.

La infancia como humus de su narrativa está en varios de los cuentos que integran Viaje olvidado (1937), el primer libro que publicó. Silvina encontraba en las dependencias de servicio de su casa, en las planchadoras y mucamas que a regañadientes la dejaban jugar a la sirvienta o en el chico a caballo con los pies desnudos del relato “El caballo muerto” un cúmulo de experiencias incipientes que forjaron su imaginación y su sensibilidad. Ella misma lo confirmó cuando confesó que se sentía más atraída por los que sufren que por los que son felices; por los pobres que por los ricos (su familia le parecía aburrida); por los que pierden que por los que ganan. Como poeta, se la suele inscribir en la llamada generación del 40, integrada por un ecléctico grupo de poetas argentinos como César Fernández Moreno, María Elena Walsh, Enrique Molina, Olga Orozco y Alberto Girri, entre otros.

En la mayor parte de su obra poética desplegó una métrica que oscila entre el endecasílabo, el alejandrino y el heptasílabo (a veces el dodecasílabo); también la forma del soneto, con las cuartetas y las octavas; las odas y los epitafios y los poemas en versos libres. En cuanto a la rima, prevalece el sonido sobre el sentido. Enumeración de la patria, primer poemario en el que hace referencia a los diversos paisajes de la Argentina a modo de inventario o catálogo, con el que ganó el Premio Municipal de Literatura, recibió elogios entusiastas que compararon a la autora con Robert Browning, Walt Whitman, Leopoldo Lugones y Nicolás Guillén. El primer poema, que lleva el mismo título del libro, empieza así: “Oh, desmedido territorio nuestro,/ violentísimo y párvulo. Te muestro/ en un infiel espejo: tus paisanos/ esplendores, tus campos y veranos/ sonoros de relinchos quebradizos,/ tus noches y caminos despoblados/ y con rebaños de ojos constelados”. La adjetivación es versátil, sonora y plástica a la vez, como sucede con esos “ojos constelados” que son una marca de fábrica de Silvina, algo que sólo podría haber escrito ella y nadie más.

En estos poemas iniciales, Jorge Luis Borges encontraba la “casi estoica impersonalidad” de la autora, aunque la poeta intercala su nombre entre los endecasílabos para verse contra un paisaje, como hace en el poema “Buenos Aires”: “Y yo, Silvina Ocampo, en tu presencia/ abstracta he visto tu posible ausencia,/ he visto perdurar sólo tus puertas/ con la insistencia de las manos muertas”. En una entrevista con Noemí Ulla, Silvina reconoció que escribía “más naturalmente prosa que poesía”, que le gustaba más. “La poesía es como una especie de regalo que viene de repente”, la definió. “La poesía es mucho más íntima que algo escrito en prosa”, agregaba la poeta que obtuvo en 1945 otro Premio Municipal por Espacios métricos y que se quedó con el primer Premio Nacional de Poesía en 1962 con Lo amargo por dulce.

El conjunto de los poemarios editados permite también observar los cambios a través del tiempo. Hay una primera etapa, hasta el poemario Los nombres, que se caracteriza por el uso de formas clásicas, como el soneto y la elegía. Se explicita, además, una gran influencia de la estética borgeana, un peculiar cuidado de la sintaxis y el léxico y la interpelación al lector en los poemas. A partir de Lo amargo por dulce se produce un distanciamiento paulatino de los modelos canónicos y recurre más al sarcasmo, la ironía y el erotismo. A medida que su poesía se diversifica, se vuelve más polifónica y conviven el placer y el pecado, el olvido y el recuerdo, la belleza y el horror. Un ejemplo, entre muchos otros, es “Sinmí”, un poema de Amarillo celeste: “Qué hace la casa cuando se queda Sinmí/ (amarga promiscuidad de la ausencia)./ Qué hace con sus ventanas/ con sus habitáculos con sus rumores/ con la luz de cada tarde/ que cruje en los muebles de anochecer/ en el jeroglífico del cielo raso”.

Hay una deuda con la obra poética de Silvina; es como si la narradora, que también tuvo que lidiar con esa extraña paradoja de ser una Ocampo, un apellido de una centralidad innegable, y estar en los márgenes, hubiera desplazado a la poeta a una periferia literaria casi desconocida. Cuando Borges leyó el poema “De amor y de odio”, que pertenece a Lo amargo por dulce, se preguntó: “¿Cómo puede animarse a escribir ‘Afuera está la primavera inmunda’. La respuesta de Adolfo Bioy Casares, el esposo de Silvina, fue contundente: “Ella se anima a todo”. Nota aquí.



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