El crimen fue en Granada
En aquella noche oscura
de agosto la muerte estaba
junto al cuerpo y tiritaba
con tal dolor y amargura
que el poeta sollozó,
se dice, incluso rezó,
a los duendes de la aurora,
y no sabemos la hora
ni el bestia que disparó.
Y preso del desamparo,
con la sangre en la garganta,
la luna le llora y canta
al poeta, verbo claro,
y con un nuevo disparo
asesinan al maestro.
Espectáculo siniestro
de siniestra oscuridad.
La luna ve la crueldad
y musita un padre nuestro.
Y Granada llora y pena
porque la muerte acorrala,
y con una nueva bala
se ha repetido la escena,
el torero entra en gangrena.
Y el lagarto también llora,
pues le ha llegado la hora.
Su lagarto está llorando.
Los muertos van caminando
mientras despierta la aurora.
Mataron a Federico,
el pueblo llora y exclama,
pide justicia y reclama,
grita con un villancico
la paz. Y con pala y pico
dan sepultura a los tres.
La luna mira a través
y se suma a la tragedia.
Son más de las cuatro y media,
la noche muere de estrés.
La noche intenta, aturdida,
darle responso a los muertos,
por ver si siguen despiertos,
por ver si les queda vida,
por si la sangre perdida
pudiera danzar despierta,
la muerte llama a la puerta
de la triste madrugada
con una llave cambiada,
lo intenta, por ver si acierta.
Poeta republicano
y toreros anarquistas,
con ideas socialistas
el maestro da la mano,
llegó la muerte temprano
a una Granada aterida,
por el odio oscurecida,
por la sangre coagulada.
Se cerró la madrugada
mas sigue la llaga herida.
Sus madres, en el desgarro,
derraman sangre en los ojos,
arrodilladas, de hinojos,
con sus lágrimas el Darro
crece en el cauce y el barro
va dolorido a la huerta.
Granada, cuando despierta,
percibe la conmoción,
la muerte, revolución,
la guerra, tras la reyerta.
Los dramáticos sucesos,
las muertes, más detenciones,
van llenando las prisiones
con enemigos, con presos,
aumentando los decesos
y sembrando entre la gente
miedo, pánico silente,
zozobra y desolación.
No hay paz, piedad ni perdón,
la muerte viene de frente.
(C) Félix Maraña
[Para Ian Gibson, que nos enseñó a leer y amar a Lorca].
