La vejez de Sean Connery
He recordado su sobriedad cuando esta semana he visto a Donald Trump tratando de bailar
Sean Connery había ido desapareciendo sutilmente, se había ido desprendiendo de su rostro, de su propia presencia de impresión. Ningún otro hombre reciente como Connery había dejado de ser un hombre joven antes para encontrarse a sí mismo, para convertir en ventaja lo que en cualquier otro solo sería derrumbe. Estos días ha habido un bombardeo, más o menos compartido por casi todo el mundo, con variadas imágenes de Connery/James Bond con su célebre frase, con ese traje negro y pajarita y el cigarro en los labios, poco antes de pedirse un martini mezclado y no agitado. Ha vuelto a aparecer paseando por la playa mirando cómo el sol brillaba entre los muslos de Ursula Andrews, saliendo de las olas con una caracola y un cuchillo, en la rotundidad de una mujer que siempre ha buceado en nuestros sueños como diosa marina. James Bond, en los libros, no estaba tan en forma como Sean Connery y era más David Niven. Connery le aportó su corpulencia, la toalla del baño al abrirle la puerta del hotel a la camarera, ese mentón que a veces parecía más de centurión romano que escocés, con una sutileza de los gestos que luego fue labrando en los papeles que más lo separaban de James Bond. Estoy pensando en ‘El hombre que pudo reinar’, donde él y Michael Caine están magníficos, y también en su creación de fray Guillermo de Baskerville, ese gran personaje que se había inventado Umberto Eco, un Sherlock Holmes contra la intransigencia religiosa de algunas abadías medievales en ‘El nombre de la rosa’, con Aristóteles y el pensamiento libre disipando la niebla del oscurantismo. Todos ellos fueron muy buenos personajes, como el viejo policía Jim Malone que aconseja al joven Eliot Ness/Kevin Costner, indicando los límites que hay que transgredir sí se quiere vencer a un enemigo en su territorio y con sus reglas. Y ahí estaba Capone/Robert De Niro, el disparo final y su rastro de sangre en el pasillo, y su voz que quedaba en la película de Brian De Palma como acento moral sobre Chicago. Nota aquí.
0 comentarios:
Publicar un comentario