jueves, noviembre 26, 2020

Benjamín Prado

 El diez era el número uno

Convirtió el número 10 en el número uno; hizo innecesario su nombre completo porque cuando decías Diego ya no había más que añadir; su historia mezcla de forma inverosímil la mitología y la telenovela... y así todo: Maradona es en sí mismo un antes y un después, alguien que pintó una raya en el campo, él a un lado y el resto al otro, y que si ahora es una leyenda, antes ya era un icono sin equivalente en el mundo del fútbol, alguien que estaba por encima de las comparaciones y las clasificaciones porque fue algo más difícil que ser el mejor: fue único. Y es absolutamente igual lo que hiciese fuera de los estadios, porque cuanto más se suicidaba, más inmortal se volvía. De hecho, ya lo era cuando aún estaba vivo, y eso ocurre con muy poca gente.

Su gol más famoso, casi tanto como él mismo, no fue un gol sino un sueño, el que tienen todos los niños y niñas del mundo que una noche, en la oscuridad de su cuarto y con el balón debajo de la cama, imaginan que un día, en un campeonato del mundo, mientras se enfrentan a la selección de Inglaterra, justo el país que acaba de hundirte los barcos y quemarte las banderas en las Islas Malvinas, van a regatear a medio equipo contrario, a detener el tiempo y cortarle la respiración a una nación entera y, con la pelota ya en la red, a protagonizar una venganza que hizo salir el sol, aunque fuera durante unos segundos, en una Argentina sepultada en las tinieblas de la dictadura. Aquella jugada interminable acabó bien y pervivirá en la memoria no sólo como una hazaña, sino también como una obra de arte. Maradona era un genio, pero además tenía el don de la oportunidad. Lo que le faltaba. Nota aquí.



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