Noche de luz y oro
Qué noche, Dios, qué noche tan hermosa.
La luz de las farolas y este frío,
el calor de tu aliento, esta belleza
de alguna nube alta y las estrellas
brillando lejos, lejos y en las manos.
Noche sin fin para buscar la gloria,
la estremecida gloria que un día fuera
el momento feliz de los encuentros,
la tierra de tus pasos en la sombra,
la sombra de tus pasos por la alcoba.
Esta noche en que de pronto vienen
los amores perdidos a buscarme,
con el frío del tiempo por el aire
y el rumor de hojas secas en el parque
y el silencio-misterio de los árboles.
¡Mas qué noche, Dios mío, Dios qué noche!
Noche para perderse en las ciudades
con puertos y mareas, cafetines
en calles solitarias y marinos
que viven solo en libros y poemas.
Noche para esperarte en lo imposible,
en el imaginario sueño de nosotros,
en los amados trenes que nos lleven
a la estación perdida de tu nombre.
Yo, incansable viajero de tu cuerpo.
En noches como ésta, en esta noche
el ansia de vivir vuelve de nuevo.
Y esperamos, atentos como niños,
a un mañana de luz, de lluvia y oro.
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