domingo, noviembre 29, 2020

Joaquín Pérez Azaústre

 Los argentinos y Maradona

El amor incondicional por este ídolo controvertido que ha dado tantas alegrías a sus compatriotas

La vida me ha enseñado a respetar aquello que no entiendo o desconozco. Dicho así parece sencillo, pero no lo es. Cuando algo nos rechina o nos impacta, moviéndonos de sitio, solemos desmarcarnos con más facilidad en el área segura del prejuicio que en el medio campo del análisis. Quizá porque desde la condena casi indiscriminada a cuanto no alcanzamos a comprender del todo nos sentimos más cómodos con nosotros mismos, y ya damos el tema por resuelto; pero dar un paso al frente, en cambio, entre la duda y la curiosidad, allá donde se juega la opinión, donde nos quema el fuego de gentes y palabras, memoria y circunstancias de discursos que nos chocan, puede poner en jaque -suponiendo que las hubiera, porque no son indispensables para discrepar- las posiciones previas, hasta que finalmente, si hemos escuchado de verdad y nos han convencido, las dejemos caer.

No entendí la veneración por Maradona hasta que hablé con mis amigos argentinos. Compartía, como aficionado al deporte, la fascinación por el futbolista como explosión de genialidad. Sabía que Pelé había ganado tres mundiales y Maradona uno, y también que Pelé siempre estuvo acomodado en el sistema, mientras que Maradona se había dejado a sí mismo fuera de juego permanentemente, entre la rebeldía, el nervio y la honradez personal. Sabía que Messi ha tenido siempre una continuidad mayor, aunque no haya ganado todavía un mundial. Que Messi, en competiciones de club, tiene un palmarés incontestable, aunque de alguna forma nunca ha arrancado en los argentinos esa misma llama insobornable, el incendio invisible con los mismos altares en la Boca y en Nápoles. Conocía otras anécdotas, en suma, que cualquier aficionado al deporte en general conoce, y de niño recordaba la tarjeta roja a Maradona en el estadio de La Rosaleda, cada vez que entrábamos en Málaga, porque vi aquel partido, y luego su resurrección crepuscular en el mundial del 94, en Estados Unidos, cuando parecía un ave fénix con hambre de universo. Nota aquí.



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