La calle
Salgo a la calle y ando. Me recorro
la ciudad y sus puntos cardinales.
La soledad del asfalto me conmueve,
acompaña mis pasos. En los árboles
un sol de oro me besa y me bendice.
De vez en cuando, tuya, una llamada.
Hablamos ya de nada. De problemas,
del dolor de los otros, de la angustia
de un mundo que no es nuestro y que nos mata.
De los fríos que resultan estos días
sin besos que llevarnos a la boca,
de las cosas que ya no pasan nunca,
de este invierno que no hay quien lo soporte.
De la última copa que tomamos
en un bar que cerraron hace tiempo.
Y, luego, esos silencios estruendosos,
esa resignación ante la vida.
Te digo que la calle está repleta
de gente, igual que estuvo siempre.
Y hay parejas que se aman -lo parece-
y se besan y abrazan en semáforos
como si el mundo fuera a derrumbarse.
Compro después el pan y los periódicos
y leo la tristeza, ese desastre
de la vida que sangra entre las páginas.
Y pienso que la calle sigue siendo
el territorio amado del recuerdo.
Ese lugar donde inventar la dicha.
(Fort Apache donde siempre resistimos).
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