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DYLAN, TAN JOVEN Y TAN VIEJO
He estado unos días fuera de facebook porque me fui de viaje y no me llevé el ordenador –necesitaba desconectar–, así que solo me he asomado en algún momento con el móvil para ver cómo iban las noticias poéticas y políticas. El motivo de mi viaje era asistir al concierto de Bob Dylan en Alicante, ya que mis hijos me habían regalado unas entradas. Formaba parte de la gira mundial que desde hace casi dos años está llevando a cabo el viejo Bob para promocionar su último trabajo hasta la fecha, Rough and Rowdy Ways, su álbum número treinta y nueve.
Dylan llegó, miró a la plaza de toros atestada y venció. Como él es muy suyo había prohibido los móviles. Nos los precintaron metiéndolos en un estuche que solo se abría con un aparato como los que utilizan para quitar las alarmas en el súper. O sea, a la entrada precintar los teléfonos de todos los asistentes y a la salida desprecintarlos. Pues aunque parezca difícil, la cosa transcurrió con fluidez y el concierto comenzó con puntualidad británica.
Con la luz apagada empezó a sonar un temazo instrumental con el típico sonido folk-rock que llenó de energía al respetable y cuando se encendió Bob ya estaba sentado al piano. En esta posición permaneció todo el concierto, ni rastro de su guitarra ni de su mítica armónica, oiga, que el viejo Dylan ha cumplido ochenta y dos primaveras y no es cosa de pasarse dos horas de pie con una guitarra eléctrica a cuestas. Pero como llevaba un grupazo alucinante de dos guitarras, un bajo, un contrabajo y la batería, que arropaban sus solos de piano y su voz rota, recitando más que cantando, el resultado fue espectacular. Un disfrute total.
Eso sí, no hizo ni una concesión al enfervorizado populacho, no cantó ni una de las clásicas, no hubo respuesta en el viento ni ningún hombre puso nombre a ningún animal ni cayó ninguna lluvia fuerte. Tampoco los tiempos empezaron a cambiar. Se trataba de promocionar el nuevo álbum y punto. Y eso hizo: cantó/recitó las diez canciones del disco –algunas duran más de quince minutos–, se levantó, se acercó al borde del escenario, se llevó la mano al corazón, dijo thank you y hala, que os den, querido público. Eso no lo dijo, pero se le notaba en la cara.
La sorpresa fue a la salida. Mucha gente arremolinada junto a la tapia de la plaza. Un clon del Bob Dylan de hace cincuenta años, armado de la armónica y la guitarra reglamentarias, cantaba, muy bien por cierto, "La respuesta está en el viento" y otras clásicas. Ojalá tenga suerte en la vida y, si no le dan el Nobel, que al menos pueda vivir de su música.
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