martes, febrero 06, 2024

Sergio Ramírez

 Sergio Ramírez

Que a los 82 años, después de su exilio vivido y revivido, el autor haya escrito ‘El caballo dorado’ supone un necesario día de fiesta.

Leo la última novela de Sergio Ramírez, El caballo dorado, y me encuentro subido en un carrusel de vida, una historia que da vueltas sobre sí misma para contar y descontar, decirse y desdecirse, a través de una riqueza de vocabulario que es también riqueza de vida. La trama de un cuento de hadas se desborda y se pone en movimiento, se viste y se desviste, con una princesa lesionada bajo las paredes de un castillo en ruinas. Irá en carrozas, trenes y barcos por un mundo agitado, un nudo de ficciones propias y ajenas. Lo que se cuenta puede ser o no ser. Suben y bajan los deseos, el espionaje, la fatalidad, los abrazos, los venenos, las cocinas, las peluquerías y los agentes comerciales. La imaginación es calenturienta, la vida es dispar y tiene sus colores. Todo es posible, porque todo tiene olor a chocolate y en cualquier momento se cruzan en el carrusel de nuestro destino Bucarest, París, Estambul, Chapultepec, el emperador Maximiliano, Rubén Darío, Madame Blavatsky, Gustave Flaubert, Pastora Imperio o Alfonso XIII.

En un poema titulado Tiovivo, también con caballos de madera que dan vueltas en los calendarios, Federico García Lorca dijo que los días de fiesta van sobre ruedas y el tiempo lo trae y los lleva. La historia en perpetua transmutación de El caballo dorado va y viene hasta llegar a Nicaragua. La novela de Sergio es un día de fiesta, una celebración de la literatura, escrita entre 2014 y 2023, en Managua, San José, Princeton y Madrid. No somos responsables de todas las curvas del destino y la realidad, pero sí de nosotros mismos. Se ponen en juego las palabras para evitar el rencor, para que nada pervierta una voluntad creativa. Que a los 82 años, después de su exilio vivido y revivido, haya escrito esta novela supone un necesario día de fiesta. La alegría de una ficción es una forma de resistencia. Los lectores lo saben. Sí, la alegría y la literatura son formas de resistencia. Nota aquí.



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