domingo, febrero 25, 2024

Bar El Banderín

 Bar El Banderín. Buenos Aires

Un siglo de historia para el bar de los banderines que visitaron famosos de todo el mundo: “Es un refugio para todas las edades”

Banderines de Boca Juniors y River Plate originales fabricados en Rusia, otro de cuero bordado de la época de los campeonatos Evita y cientos de distintos clubes del mundo: España, México, Estados Unidos y Alemania, entre mucho más se entremezclan con diversas camisetas: la del gol número cien de Daniel Passarella o la que utilizó Claudio Caniggia en el Mundial de fútbol de Italia. Así como libros históricos, entre ellos, el de Alumni (el primer club de Argentina) que data del año 1923.

Estas son tan solo algunas de las reliquias y excentricidades que se pueden apreciar mientras se bebe un café en jarrito o una cerveza bien fría con maní en “El Banderín”, en la esquina de Billinghurst y Guardia Vieja en Almagro. “En total habrá casi quinientos banderines”, afirma Luis Sarni, detrás del mostrador de este Bar Notable, que acaba de cumplir un siglo deleitando paladares. En cada rincón del Banderín se respira fútbol, tango y mucha historia de la ciudad. Es que aquella casona de techos altos fue fiel testigo de cada una de las etapas de transformación del barrio.

El inicio como almacén, la madre de Gardel y “El Asturiano”

Fue don Justo Riesco, un inmigrante español, quien junto a su mujer María sentaron las bases de este mágico reducto porteño. Cuentan que a principios del siglo XX Riesco dejó atrás su querida tierra en Cangas del Narcea, Asturias, y se embarcó rumbo a lo desconocido. Se instaló en el barrio de Almagro y una década más tarde, el 15 de noviembre de 1923, abrió su propio almacén y despacho de bebidas. Lo bautizó “El Asturiano”, en conmemoración a sus orígenes. En poco tiempo se transformó en un clásico e incluso se expandió en el barrio con otra pequeña sucursal, cerca del Abasto, donde dicen que era clienta la madre de Carlos Gardel. En esa época, tenían una barra de estaño y vendían todo a granel. Asimismo, contaban con gran variedad de fiambres y lácteos.

Los Riesco fueron unos visionarios para la época: en un costadito, habían puesto un par de mesas para que los parroquianos pudieran beber y picar algo mientras jugaban a los naipes. “Por su cercanía al mercado de Abasto después de la jornada laboral se armaban largas tertulias. Cuentan que venían a tomar cañas y vermú o cócteles clásicos como el Ferroviario o el Cañonazo. Se acercaban muchos italianos del barrio. También tangueros”, revela Luis y nos muestra un tesoro de la época: una botella gigantesca de vermut Cinzano envuelta en paja. “Es muy antigua. Antes para evitar que se rompieran las protegían así”. Nota aquí.








0 comentarios: