domingo, diciembre 22, 2024

El Puerto Viejo de Madrid

 El puerto viejo de Madrid o cómo mantener una poderosa tradición de marisquerías de barrio a 360 kilómetros del mar

Los locales más emblemáticos ofrecen una manera de tratar este producto de otra época, sin grandes ostentaciones y con precios razonables.

Mesas amplias, mantelería blanca, albariño, animales vivos con escasa esperanza de vida que aguardan en acuarios y una clientela que, o está de cumpleaños y mirando de reojo la cartera, o lleva bien a mano el CIF de la empresa por si toca hacer factura. Estas son algunas de las ideas que vienen a la mente cuando uno escucha la palabra “marisquería”. También algún iluminado que come la gamba con cuchillo y tenedor. Así las hay, y es una generalización que, por lo común, se ajusta bastante a la realidad. Madrid goza, pese a que el mar pilla a trasmano, de la segunda lonja de pescado más grande del mundo, Mercamadrid, solo superada por el mercado de Tsukiji, en Tokio (que fue trasladado en 2018 a la también tokiota isla artificial de Toyosu). Con la materia prima tan accesible, no es de extrañar que las marisquerías aparezcan a la vuelta de cualquier esquina de la ciudad, muchas de ellas fieles al estereotipo. Pero no todas. Resisten en algunos recovecos de la capital ciertos locales de barra y solera que, dedicados al mismo negocio y empleando mariscos de una calidad semejante, son accesibles por lo económico y no te hacen sentir culpable por vestir de Bershka.

Ana Marcén (Madrid, 65 años) y Alberto Escribano (Madrid, 65 años) regentan desde hace más de dos décadas Los Crustáceos, un local de apenas 50 metros cuadrados (25 para almacenaje) ubicado en el distrito de la Guindalera, la zona menos noble del barrio de Salamanca. “Todavía es pronto, abrimos a las ocho y media”, dice Ana, preagobiada por lo que se le viene encima, a un par de clientes algo despistados por ver la puerta entreabierta. Alberto afirma que los conoce todo el barrio porque son del barrio, y fuera del barrio por su marisco: “Hay grupos en redes sociales de coreanos y franceses que son como una especie de club de fans. Se recomiendan unos a otros qué pedir, y vienen a enseñarnos las fotos sin saber muy bien qué es lo que están pidiendo”. No recorren más de media barra cada uno y se reparten el trabajo para no chocarse. Ana se ocupa del servicio en barra y los mariscos cocidos y crudos; Alberto, de todo lo caliente, que prepara en una pequeña plancha en la que gambas, zamburiñas (a dos euros la unidad) y navajas (ocho euros la ración) suelen coincidir, cada una en su sector para no mezclar sabores. Además de por su marisco, son famosos también por sus empanadas de atún y bacalao. De tapa, bígaros, y de cubierto, alfileres, a la vieja usanza. Nota aquí.







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