lunes, septiembre 06, 2021

Rodolfo Serrano

Una ciudad extraña

Estas horas primeras en lejanas ciudades,
recién llegado y solo,
en un andén oscuro.
Con esa luz difusa de un cielo que adivinas
lejano y claro y limpio,
y con nubes de tinta.
Y la calle que huele a café y cigarrillos,
y una pareja triste que sale de las sombras
de un hotel que hace tiempo
se dio ya al abandono.
Y el sol bañando, cálido,
los grises adoquines.
Y tú, tan solitario, lo mismo que un descarte,
como si fuera el tango
“Garúa” de Cadícamo
-“siempre solo y siempre aparte”-, te derramas
por la ciudad que te abre su corazón oscuro.
Guardando todavía -o eso crees- el recuerdo
de la ciudad extraña en la que nunca estuviste,
en la que no soñaste ni en las noches más largas,
cuando era la nostalgia
el tacto de su boca.
Y como siempre, ahora, cuando llegues a esta
desconocida ciudad, busca un bar que no tenga
clientes ni gramolas,
acodado en la barra, pide algún licor raro
y, muy amablemente,
háblale al camarero
del tiempo y de la suave
belleza de estas horas,
estas primeras horas en que el mundo despierta.
Después, sal a la calle.
Mira el sol que se arrastra por los viejos tejados.
Camina muy despacio,
y detente ante estos edificios desiertos,
o en plazas desoladas
y esquinas misteriosas.
Y mira hacia lo alto, a ese cielo de nubes
que te amparan del miedo.
Y busca una estafeta de correos y manda
un telegrama de oro.
Y dile que la esperas
en esta ciudad de la que ignoras todo,
su nombre y habitantes.
Y dile que la esperas
en un hotel, perdido,
en una habitación destartalada y vieja,
con muebles muy antiguos. Que pregunte
en recepción por alguien
que guarda todavía
su pañuelo que aún tiene un perfume de lilas.
Foto de Raul Cancio.



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