La noche en que Páez volvió a ser Fito
En la primera fecha del festejo, el rosarino no sólo se transformó en un director técnico de las emociones, sino que dejó en evidencia que su cancionero de los 80, más que disfrutar de la contemporaneidad, evolucionó de tal manera que consiguió resignificarse.
La idea surgió durante una cena en Ciudad Juárez (México), barajó como posibles plazas La Habana (Cuba) y Rosario, pero finalmente se consumó en Buenos Aires, donde Fito Páez celebró en la noche del viernes, en la calle Corrientes –testigo de ese amor púber más fuerte que el Olimpo de “11 y 6”–, los treinta años de Giros, su primera obra maestra. Si el recital clásico y sinfónico que brindó en julio en el Centro Cultural Kirchner lo había reconciliado con la magnitud de su trayectoria, en el Gran Rex el cantautor no sólo se transformó en un director técnico de las emociones, sino que dejó en evidencia que su cancionero de los 80, más que disfrutar de la contemporaneidad, evolucionó de tal manera que consiguió resignificarse. Por lo que pasajes con la contundencia de “Viendo cómo hacen el mundo en vez de hacerlo yo” o “Pueden vender un país y estar del lado de Dios, pero nunca podrán sacarme mi amor” retumbaron tan fuerte entre el público, casi a manera de augurio bien sabido, que el show estuvo lejos de convertirse en un viaje en el tiempo. Nota aquí.
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