El folklorista que sabía ver el futuro en su pasado ancestral
En el Tantanakuy, en el Teatro Colón, de gira por Alemania, en el ámbito que fuera, el músico tucumano, de origen boliviano, hacía de su charango un instrumento de alcance universal. Torres empatizó con músicos de todos los géneros, incluso del rock y sus derivados.
“Es duro, el Indio.” Juan Cruz, uno de los hijos varones de Jaime Torres, daba su parte anímico e interno tras los agitados momentos que él y su familia estaban atravesando, durante la última internación de su padre. “Pero ya está mejor, jode, se la banca”, decía el pibe. Recién empezaba noviembre y Juan Cruz había tenido que dejar plantado el último Tantanakuy infantil en medio de la ceremonia, porque le habían avisado del inconveniente. “Tuve que salir volando, literal, y acá estoy. Con él.” Soledad, una de las tres hijas mujeres del charanguista, también estaba en tensión. Pero la sangre le corría más por el lado del sortilegio. “Nuestro problema, con mis hermanas, es que las tres estamos enamoradas de papá”, decía a este cronista, mientras amanecía la noche en el barrio de Abasto, y mostraba una foto de las tres (ella, más Claudia y Manuela) abrazando al pattern de clan. No pasaron dos meses de aquella secuencia, mezcla de esperanza, alma desnuda y dura empiria, para que Jaime dijera “ya está”. Y decidiera irse, porque tal vez lo haya decidido así, de tozudo que era. Nota aquí.
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