Coppel en la cumbre
En el Cocodrilo, el directo de Íñigo Coppel grabado en el garito de Johnny Burning, es uno de los discos del año. Un trueno de imaginación, poesía e inteligencia descorchado por un tipo que atesora más talento y actitud, más conocimiento de corazón y sus desgarros en una línea de cualquiera de sus canciones que mil y un pijos indies en la práctica totalidad de sus obras completas. Coppel, con una carrera de francotirador a prueba de prescriptores de trap y listillos varios, junta aquí veintiséis rolas supersónicas.
Todo arranca con la presentación de un Johnny al que habría que dedicar un monumento en todas y cada una de las ciudades de España, y que introduce a quien llega desde las tierras bajas y armado con su guitarra salvaje. Deslumbra, para empezar, el verbo feroz y acerado del cantautor rockero. De un Coppel que enamora por su gracia infinita a la hora de combinar lirismo de alto voltaje y desacomplejado cachondeo. Ese humor más bien negro que brota a grandes tragos de sus canciones y cuya ausencia supone uno de los puntos débiles más vergonzantes de quienes, empeñados en fotocopiar los referentes anglos, pobrecillos, olvidan que este es el país de Quevedo, Berlanga, Chumy Chúmez, José Luis Cuerda, Álex de la Iglesia y El Roto y que Chamberí no es un barrio de Seattle ni el Puerto de Santa María, Gijón o Bilbao un trasunto de Manchester. Nota aquí.
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