lunes, enero 28, 2019

Julián Bozzo

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Nos enseñaron a tener éxito, a perseguirlo, a domarlo... Pero no nos enseñaron a compartirlo, a disfrutarlo...
Nos enseñaron a perseguir.
Y en esas andamos, fijos, inmutables, con la mirada atenta a que suceda todo aquello. Ajenos a lo que vibra cercano. Y así vivimos, persiguiendo al éxito... Como si su naturaleza fuera esquiva, como si el corazón de tal empresa, estuviese hecho del material impalpable del que están hechas las nubes.
Inalcanzable, corriendo cada vez más rápido, alargando cada vez más las manos, sin importar si hay un corazón latiendo detrás. Velocistas, sin importar la voracidad de nuestras zancadas, ni la huella que en camino se va dibujando.
Nos enseñaron perseguir el éxito. Como si su naturaleza fuese esquiva. Como si tal hazaña fuese similar a la de coger aire con las manos. Y nosotros, hambrientos como un lobo previo al ataque de su presa, miramos la semilla y cantamos en imperativo “¡Crece! ¡Crece, maldita semilla! ¡Crece ya!. Crónica aquí.


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