Los secretos de Karmelo C. Iribarren
Estábamos sentados en un bar. Era la muerte de agosto y las nubes iban engullendo San Sebastián. A bocados. Como casi todos los días, imagino. Karmelo, entre el primer y el segundo café, miraba. Él hacía como que miraba, pero yo sabía que estaba escribiendo. Me puse nervioso. Miré yo también. Quise descubrir dónde estaba el poema, pero no lo logré. Unos cuantos segundos después, regresamos los dos a la conversación. Yo con las manos vacías; él, con unos cuantos versos. Creo que, por eso, no me dejó pagar la cuenta.
Llevo mucho tiempo leyendo a Karmelo C. Iribarren. Como tú, imagino. Y aunque no te pueda contar su gran secreto -el de esos poemas que encierran las pequeñas grandes cosas-, sí te puedo desvelar su cartografía emocional, los lugares donde escribe, la conexión entre sus textos y esas vivencias que los construyen.
Porque a posteriori todo resulta sencillo: los poemas de Karmelo parecen estar escritos para cada uno de nosotros. Es el llamado “efecto espejo”. Un disparo de pistola, un bumerán: “¡Pero si esto es justo lo que me pasa a mí!”. Pero, ay, amigo, lo difícil es verlo, como él en aquel café. Nota aquí.
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