jueves, noviembre 27, 2025

Luis García Montero

 Cuando Almudena Grandes se sentaba a escribir

En el cuarto aniversario del fallecimiento de la escritora, su compañero, el poeta Luis García Montero, la recuerda delante del ordenador, con ‘Negrín’ sobre sus piernas.

Durante años vivió con nosotros un gato que se llamaba Negrín. Se lo habían encontrado recién nacido nuestras hijas en los aparcamientos de la urbanización de Rota donde pasábamos los veranos. Lo habían llevado a nuestra casa, y yo caí en la tentación de ponerle un plato con leche. Cuando Almudena vio la escena, empezó a regañarnos con el sentido común que a nosotros nos faltaba. La verdad es que era una locura responsabilizarnos de un gato porque vivíamos entre dos ciudades y muchos viajes, sometidos a unas costumbres de ida y vuelta que hacían poco aconsejable recibir con dignidad a una mascota en la familia. Al comprender que Almudena no quería que nos quedásemos con el gato, nuestras hijas tuvieron la idea de bautizarlo. Mamá, se llama Negrín, y todo cambió de golpe, no de golpe de Estado, sino de golpe de nombre, porque en las palabras caben muchas cosas, y en aquel animal que ellas habían encontrado en la calle vivió de pronto la historia de España, la memoria que estaban acostumbradas a oír una y otra vez en la mesa de la cocina, en el sofá donde veíamos la televisión o en el coche que cruzaba las ciudades y la memoria de los paisajes. El nombre de Negrín hizo imposible un nuevo exilio, el gato se quedó con nosotros, se quedó para siempre, más allá de los años y la muerte, porque yo recuerdo todavía con mucha frecuencia la imagen de Almudena sentada delante del ordenador, en medio del argumento de una novela o de un artículo para el periódico, con Negrín sobre sus piernas. La memoria histórica de aquel gato con nombre de protagonista de la República Española forma parte de mi memoria más íntima. Ante un ordenador apagado o un sofá solitario, convivo con mis recuerdos y les digo que no, no pasarán.

Sentarse a escribir es sólo una parte del proceso de la escritura, porque en las palabras caben muchas cosas que tienen que ver con la vida, los recuerdos, las conversaciones, las ciudades, los ojos, los oídos, los labios y los zapatos. Se hace camino al andar y se escribe con todo lo que se ha quedado en nosotros a cada paso dentro de nosotros. Hay que sentarse, desde luego, y conviene respetar una disciplina de trabajo con sus horarios y sus días. Pero resulta imprescindible que el trabajo se mezcle de verdad con la vida y que el oficio sea una vocación. Cuando escribía sus novelas, Almudena intentaba meterse en la intimidad de sus personajes para vivir la historia por dentro, pasar de las fechas y de los grandes acontecimientos a la intimidad de un hombre o una mujer que se enamoraban, sentían ilusiones o miedos, compartían ideas, fracasos o esperanzas, en su corazón y en sus miradas. La escritura iba desde los acontecimientos colectivos a la intimidad de los seres humanos. Cuando escribía sus artículos para EL PAÍS, dominaba casi siempre la dirección contraria, se partía de un episodio personal, una escena particular, un acontecimiento íntimo, para trascender y llegar a situaciones que definían la vida colectiva, el aire de una sociedad y un tiempo.

La literatura y la historia son inseparables porque surgen de la vida que hace y deshace a los seres humanos. Almudena se formó en una época en la que estudiar o participar en la movida madrileña suponía afirmar la libertad ante las costumbres de la dictadura franquista que había sometido a España durante muchos años. Y la libertad no suponía sólo votar cada cuatro años. Se trataba de afirmar un modo diferente, más libre, de ser mujer, una manera distinta de vivir la sexualidad o de escribir sobre ella, un deseo de leer los libros prohibidos, de conocer las historias silenciadas, de compartir los pensamientos o de buscar en el quiosco los periódicos. El aire de libertad que supuso la aparición de EL PAÍS hizo posible un nuevo modo de contar las noticias, un deseo hecho realidad de que el periodismo fuese parte decisiva de la democracia, tanto a la hora de informar como a la hora de opinar. Años después, la escritora que había indagado con Las edades de Lulú en los caminos de una nueva educación sentimental o que había habitado la memoria de la clandestinidad y la lucha por la democracia en El corazón helado, se sintió orgullosa de heredar en el periódico la columna de Manuel Vázquez Montalbán para contar, desde sus propios ojos, desde su intimidad, todo aquello que le despertaba opiniones en el día a día de la realidad española. Formó parte de su literatura y de su vida la disciplina de ponerle palabras a la actualidad y de pensarse las cosas dos veces. Nota aquí.



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