jueves, marzo 27, 2025

Gretel Limberger

 “¿Quién soy? Una mujer libre”: es austríaca, se escapó de la guerra y, con 82 años, hace vodka en el lago Vintter.

Gretel Limberger vive en las cabañas que construyó su marido ruso y recibe turistas de todas partes del mundo

LAGO VINTTER, Chubut.- La ruta 44 al sur de Chubut es de las pocas que muestran la versión más salvaje e inhóspita de una Patagonia que más al norte ha perdido estos atributos, es difícil cruzarse con un vehículo, algunos gauchos la recorren a caballo con la compañía de un perro cuzco. La atraviesan zorros, piches y arroyos de agua cristalina. Es de ripio y no hay huellas de civilización alguna, la cordillera y el cielo producen nubes de formas extrañas y, como un mar escondido de agua dulce, se presenta el Lago Vintter.

“Estamos alejados del mundo, pero es el único lugar donde existe libertad absoluta”, cuenta Gretel Limberger, de 82 años, nacida en Austria. Conocida por intrépidos viajeros de todo el mundo por su don: hacer vodka con una receta de más de un siglo, que le legó su marido ruso, Nikita von Renenkampf. La hace con el agua del lago y algunos secretos. Cuenta uno: “zuvrowka”, también conocido como el pasto de los búfalos y que crece en las praderas polacas y rusas.

“Ellos se pelean por la invención del vodka, lo cierto es que un ruso sin vodka es impensable”, dice Gretel. “Nikita trajo semillas”, confiesa esta mujer de ojos color del cielo. Detrás de su cabaña de madera y chapa, el antiguo puesto Itarrioz, tiene una huerta con esta planta, el misterio revelado que vuelve a su vodka una pócima por la cual las personas se suben a aviones y cruzan la inmensidad del planeta. Nikita Lodge, así se llama su establecimiento.

Historia sorprendente

“Recibo a todos con una copa”, dice Gretel. Su historia es sorprendente. Nació en Austria en 1942, entonces parte del III Reich nazi, su padre fue ingeniero civil y estuvo en el frente. La guerra destruyó y reorganizó Europa. Ella fue enviada en tren por la Cruz Roja durante un mes a un hogar alemán que asistía a niños desnutridos. “Tengo pulmones austríacos, soy de una raza fuerte”, recuerda.

En 1950 su padre decidió venir a Argentina con su familia, trabajó en obras hidroeléctricas y cuando Gretel cumplió 18 años regresó a Austria, pero ella se quedó en Argentina y haciendo dedo conoció a Nikita en Villa La Angostura, se casaron, volvieron a aquel país pero la realidad no era esperanzadora.

“La Guerra Fría hacía imposible la vida, había escasez de alimentos, combustible”, recuerda Gretel. Nikita jamás sacó de su cabeza los caminos patagónicos. “Para vivir tan mal, mejor volvamos a la Argentina”, dijo el ruso en aquel entonces y regresaron al país. Se instalaron en Caballito, Gretel se recibió de maestra, pero Nikita tenía otros planes. “Para él, el paraíso estaba en el lago Vintter”, dice.

En 1982 fijó bitácora hacia allí y en 1986 compraron 3300 hectáreas a orillas del lago. “Las truchas parecían ballenas”, dice Gretel. Un silencioso peregrinaje de pescadores comenzó a ir para compartir este mundo perdido. Nikita se quedaba todo el año y Gretel lo acompañaba en los veranos. En 2017 Nikita falleció y ella tomó la posta. “Soy la habitante más antigua de toda esta soledad”, confiesa Gretel. Jamás dejaron de ofrecer vodka.

“Nikita hizo cabañas”, cuenta Gretel. El lago Vintter es un territorio que el hombre no pudo domesticar. “La Patagonia acá es indomable”, confiesa Gretel. Muy pocos llegan hasta aquí, el camino se vuelve árido, irremediablemente melancólico y desprovisto de señales humanas. Los coirones ruedan cruzando la huella. Los carteles, los que han sobrevivido a la tempestad del olvido, están inclinados por el inclemente viento que llega desde el océano Pacífico. Nota aquí.





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