Javier Cercas, un ateo en el Vaticano de Francisco
El escritor publica ‘El loco de Dios en el fin del mundo’, resultado literario-documental de su acercamiento sin filtros al Vaticano y sus misterios a partir de conversaciones con cardenales, misioneros, intelectuales católicos y, durante un viaje a Mongolia, con el propio papa.
Hasta las estepas de Mongolia y su caótica capital, Ulán Bator, se fue Javier Cercas con el séquito del papa Francisco para tratar de saber lo único que entonces le importaba a su madre saber: si tras su muerte vería o no vería a su marido, si viviría con él la vida eterna. La obstinación monomaniaca y desaforada de Cercas puso el resto y no paró hasta saber si sí o si no, al menos según el testimonio de quien no puede no saberlo, el propio papa Francisco. Dicho más francamente: Cercas quiso preguntarle a Francisco sobre la resurrección de la carne y la vida eterna, es decir, sobre la esencia de la fe católica, y vislumbró en el viaje cuántos Bergoglio han llegado a convivir dentro del papa Francisco.
¿De verdad te contestó eso el Papa? “Claro”, responde. ¿De verdad ocurrió lo que cuentas al final del libro? “Claro”, vuelve a responder. “¿Tan raro te parece?” Raro no, alucinante. A Cercas se le ilumina el rostro a medida que nos acercamos al límite del paseo, una vez pasados los edificios grises, de tres o cuatro plantas, construidos durante el desarrollismo en la costa de los catalanes pobres, pasado también el gigantesco aparcamiento instalado en la arena de la playa (y recién clausurado porque han descubierto que es zona inundable, tras medio siglo usándolo) y pasados los destartalados locales con terrazas desiertas y neones horteras sin luz. Cuando apenas quedan unos metros y el mar comparece abrumador, a Cercas se le ven las sinapsis disparadas en todas direcciones, porque por ahí anda el origen de todo, o casi todo: estamos al final de un pueblecito de la Costa Brava, L’Estartit, ante roquedales y farallones como los de un poema de Arde el mar, y de algún modo es ahí donde nace el último libro de Cercas y donde empezó en realidad su vida real y verdadera de fugitivo de la fe: el paisaje salvaje de una adolescencia descreída y liberada del catolicismo profundo de sus padres, de los dos padres, para emprender el camino de la mala vida, la vida perdida del alcohol, las mujeres, las drogas y la incertidumbre de la literatura.
He visto llorar dos veces a Cercas: una no la voy a contar; la otra ocurrió al confesarme la violencia de la culpa que aún le asaltaba cuando se acordaba del imbécil de 15 años que se avergonzaba de su padre veterinario, extremeño, católico y suarista (o sea, partidario de Adolfo Suárez). Secretamente, El loco de Dios en el fin del mundo es un subyugante autorretrato de fondo de un escritor que ha acabado dedicando dos de sus libros cruciales a sus dos progenitores: quizá una forma impremeditada de la gratitud embebida o infartada de literatura. Cuando moría su padre, Cercas remataba una obra maestra, Anatomía de un instante, y cuando moría su madre remataba esta inaudita aventura de ingresar en las entrañas del Vaticano y en las de su morador más ilustre, escurridizo y evasivo, el papa Francisco. Le pregunto qué hace un ateo irredento como él en el corazón de la Iglesia católica y no me contesta. Señala hacia un cielo trágicamente partido por nubes rojas para que conteste el libro mismo, con sus averiguaciones imposibles, su paciencia infinita de oyente interrogativo, su instinto de investigador a la caza de la información crucial en la vida de su madre: ¿verá o no verá en la otra vida al hombre al que más quiso en esta, para estar ya eternamente con él? A quién preguntar si no es al papa Francisco, santo padre y padre de todos, católicos y no católicos, según repiten tanto él mismo como sus portavoces.
Como los mejores libros de Cercas, este es también una investigación con apariencia de verdad natural o rudimentaria, casi ordinaria de puro evidente. Sin énfasis y sin aparato, al modo casi franciscano, Cercas ha viajado al fin del mundo, es decir a Mongolia, enrolado en el equipo que acompaña en sus desplazamientos a un Papa no más viajero que otros, pero tan calculador como ellos. ¿A Mongolia? ¿A un país de tres millones y medio de habitantes que apenas cuenta con una ridícula comunidad de 1.500 católicos? ¿Qué hace en Mongolia el Papa cuando no ha pisado todavía, tras más de una década de papado, la ultracatólica España y tantos otros países poderosos saturados de obedientes católicos? “Es que este Papa es raro”, cuenta Cercas. “En realidad, parece dos papas en uno, o más bien varios, como todos somos varias personas en una, que acaba fusionándolas todas. Fíjate: este hombre ha seguido viviendo en el Vaticano como vivió siempre, con austeridad, sin el boato papal, sin engreimiento, sin subirse a la parra… Y, sin embargo, sus más viejos conocidos argentinos recuerdan a otro Bergoglio subido a la parra de la soberbia, con tics autoritarios y hasta una presunta tolerancia hacia una de las peores dictaduras de América Latina, la junta militar argentina, y a la vez amigo y admirador de Borges, dispuesto a recorrer día y noche las villas miseria de Buenos Aires, inacabables como el desierto mismo de Mongolia… En fin: un tipo muchísimo más complejo de como lo pintan”. Nota aquí.
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