El cantautor universal Joan Manuel Serrat: de la Barcelona de barrio al exilio en México
La trayectoria del músico, que recibirá el doctorado honoris causa en la FIL de Guadalajara, partió de lo más local de su ciudad y de la España de Machado para conectar con las emociones y esperanzas de América Latina durante más medio siglo.
A finales de noviembre una delegación de la cultura barcelonesa desembarcará en la ciudad mexicana de Guadalajara: la capital catalana es el invitado de honor de la Feria del Libro más importante de América Latina. El cantante Joan Manuel Serrat, que vivió unos meses exiliado en ese país mientras Franco agonizaba y tras la muerte del dictador, dialogará con jóvenes, presentará con Jordi Soler el libro Y uno se cree y recibirá un doctorado honoris causa. Repasamos cuál ha sido su relación con algunos de los espacios determinantes en la formación de su personalidad artística: el barrio del Poble-Sec, la España de Machado, el México que lo acogió y la Argentina que lo convirtió en un mito de la libertad durante la dictadura militar.
Joan Manuel Serrat no puede comprenderse en su dimensión humana sin la cultura de su barrio del Poble Sec de Barcelona, esa geografía humilde que inspiró sus primeras canciones. Allí se formó su sensibilidad temprana, su dominio del lenguaje y esa capacidad de observar la dignidad de su entorno marcado por las dentelladas de la posguerra.
Esa cultura popular y obrera vinculada a la narrativa de Juan Marsé la supo entender Manuel Vázquez Montalbán, quien en un ensayo de 1972 ya diagnosticaba el caudal humano y poético del cantautor cuando este apenas frisaba la treintena y todavía tenía la vida y la canción por delante.
El barrio marca no solo la geografía vital y sentimental del joven Serrat, sino también su aprendizaje filosófico con aquella máxima de que la única forma de ser universal era ser profundamente provinciano. Algo que comprendió desde que irrumpió musicalmente en la Nova Cançó, y supo unir el barrio a la poesía, lo cotidiano a lo trascendente.
Su primer elepé, Ara que tinc vint anys, publicado en 1967, lo demuestra con claridad. En la contraportada, entre las fotografías de Josep Puvill, aparecía una frente a la empinada calle en la que nació, la del poeta Cabanyes, que él mismo describiría como “fosc i tort”, oscura y torcida, y también “estret i brut”, estrecha y sucia, en la canción ‘El meu carrer’. Aquella pieza, grabada en 1970, era casi un manifiesto de pertenencia: una declaración de que ningún éxito, ningún viaje, ninguna fama —ni siquiera después de haber cantado a Antonio Machado o hecho giras por América— podría arrancarlo de su origen.
El Poble Sec irriga muchas de sus canciones y puebla su universo de personajes inolvidables. Entre ellos, la tieta, la desdichada solterona cuyo retrato tierno, delicado y compasivo constituye una de las cumbres de su narrativa musical. Con apenas 25 años, Serrat demostraba una madurez literaria poco común para retratar esas vidas pequeñas y cotidianas, cobijarlas en su mirada, parte de esa intrahistoria recorrida por el sacrificio y la derrota. Ahí es donde el cantautor supo siempre encontrar poesía y belleza aproximándose con sensibilidad a las existencias más ordinarias.
Ese mundo charnego y de aluvión, bilingüe y precario, lleno de grises de posguerra y balcones donde se colaba la copla que su madre, Ángeles Teresa, tarareaba mientras hacía las tareas de casa, es la materia prima de su cancionero. De esa mezcla de lenguas y afectos nació la música como una voz interior y primigenia tal como refleja magistralmente ‘Mi niñez’, una de las canciones que Serrat ha llevado consigo toda la vida. En ella se condensa el clima sentimental de un niño que aprende a mirar el mundo desde el Poble Sec.
Quizá ahí resida la clave del Serrat adulto, en su capacidad para conservar las enseñanzas que heredó del barrio, de su familia y de esa infancia feliz muy a pesar de las circunstancias y que constituye la base de su educación sentimental. No es casual que, en 1969, respondiera con la palabra honestidad cuando le preguntaron qué virtud consideraba más fundamental. Ese principio es la continuidad natural de aquel niño del Poble Sec que descubrió la música como un modo de estar en el mundo.
Serrat, el poeta popular profundamente humano, el cronista de los amores nacientes o crepusculares, trovador de la vida y sus pequeñas cosas, nunca dejó atrás ese origen. Por el contrario, lo convirtió en seña de identidad. Porque, al fin y al cabo, toda su obra parte del mismo lugar: una calle “fosc i tort”, y un barrio que iluminó con su trémula voz. Nota aquí.



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